El festival entre festivales reunió en Aranda de Duero a los mejores artistas del momento, alineados en emociones como el sentido recuerdo a las personas que no están, representadas en “Tara”
Dice Rafa Val, vocalista de Viva Suecia, que la historia de su banda “no puede entenderse de ninguna manera si no es con el Sonorama en su ADN”. Los murcianos han pasado por todos los escenarios del festival entre festivales, incluida la mítica Plaza del Trigo. Y con cada una de esas actuaciones han ido creciendo, paso a paso, sobre Aranda de Duero, hasta convertirse en lo que en el último Sonorama Ribera demostraron ser: uno de los fenómenos musicales más importantes de nuestros tiempos.
Su concierto del jueves en el escenario Aranda de Duero fue, seguramente, el momento más destacado de un Sonorama Ribera 2025 marcado por el recuerdo al desaparecido Andrés “Tara”, uno de sus fundadores, a quien se ha dedicado un monolito luminoso en el centro del recinto “que brillará de noche y de día para que quien se sienta perdido pueda abrazarse a él”. Y al que, incluso, se rindió homenaje desde el cielo con un espectáculo de drones que formaba parte de la producción de Arde Bogotá.

La otra alma mater del Sonorama Ribera, Javier Ajenjo, aprovechaba cada ocasión para mirar hacia el cielo y citar a su “hermano” Tara, para brindar, para recordar y para alentar al público, a los artistas y a sus compañeros de la organización a seguir el ejemplo de este arandino entusiasta y de otro compañero desaparecido este 2025, el bodeguero Moncho.
Una Viva Suecia que “vuelve al pueblo”
Porque Aranda, como Viva Suecia, lleva el festival en su ADN. Toda la ciudad se vuelca sobre los visitantes, todos los negocios de hostelería y servicios bullen durante el día y se desvelan por la noche, todas las calles vibran al pulso que marca el altavoz, aquí o allá. Y lo hacen acogiendo a los miles de asistentes con un cariño enorme y una deliciosa hospitalidad, ya sean veteranos o acudan por primera primera vez al festival.
Viva Suecia, cabeza de cartel muy especial por el vínculo con la ciudad y con el recuerdo de Tara, regaló un concierto diferente a los que la banda está protagonizando en otros festivales de la temporada. Porque la coincidencia de repertorio o puesta en escena no define los sentimientos que rodean a cada interpretación: hay un canal de transmisión de emociones que se establece con el público y, en este caso, con el propio festival. “Tocamos en casa”, reflexionaba Rafa Val en la rueda de prensa previa a su actuación, en la que estaba acompañado de un Javier Ajenjo que parecía, más que el promotor, un orgulloso hermano mayor de los músicos.

“No puedo ser objetivo porque son parte de nuestra familia. Son parte de “Villa Tara”, los hemos visto crecer. Rafa era un señor que venía a ayudar, a cargar los trastos…”, rememoraba.
El ascenso de la banda murciana es un orgullo propio para todo el equipo del Sonorama, incluido Tara. “Le hubiera encantado escucharlos este año. Son sus chicos y los quería muchísimo”, añadía Ajenjo. A Tara, precisamente, le dedicó Rafa Val una versión de Un beso y una flor, de Nino Bravo. Y unas palabras de emoción sincera, que escucharíamos después también en boca de otros artistas, como Fito Robles (Siloé) o Antonio García (Arde Bogotá).
Sobre el escenario, Viva Suecia regaló un derroche de energía y de confetis ante una audiencia entregada que pedía bises de estribillo y que vivió momentos especiales, como el salto de Rafa Val al público en Amar el conflicto o la colaboración de los Siloé, con un enérgico Fito Robles corriendo de un lado a otro del escenario, cantando juntos el tema Sangre.
Pero lo mejor que les vimos a Viva Suecia en este festival sucedía entre bambalinas. Como los colegas que regresan al pueblo en agosto, se dejaban ver en los corrillos, cervecita en mano, o en la propia pista frente al escenario, rodeados de sus familiares y amigos, entre los que se dejó ver el presidente de Murcia, Fernando López Miras, vestido con la camiseta de fútbol amarilla que lleva la “hinchada” de la banda en los conciertos.
Viva Suecia estaba en su segunda casa, Aranda. Y sus músicos lo disfrutaban con total libertad y cercanía, charlando con los camareros o dejándose hacer alguna foto con quienes los reconocían.
Siloé y las ciudades pequeñas con proyectos grandes
Siloé fue, sin lugar a dudas, otro de los grandes protagonistas de esta 28ª edición del Sonorama Ribera. “Llevamos nueve años tocando en este festival, lo hemos hecho en todos los escenarios. Antes habíamos venido como fans y seguiremos haciéndolo siempre”, expresaba su cantante, Fito Robles. Tuvimos la suerte de disfrutarlos dos veces. Primero, en el concierto de la noche del jueves en uno de los escenarios principales (por fin). Y después, en su actuación sorpresa en la plaza del Trigo, el viernes, que comenzó desde un balcón con La Verdad. Con permiso de Robles y su presencia arrolladora en el escenario, el batería Jaco Betanzos protagonizó destellos de un virtuosismo sorprendente con las baquetas.
Ajenjo reivindicó al trío vallisoletano, no solo por la calidad de sus canciones y su directo sino, sobre todo, “porque a los que somos de Castilla y León todo nos cuesta mucho más”. Y Siloé le devolvió el cumplido, insistiendo en un mensaje que a los de por aquí nos da mucho que pensar: “El valor de las ciudades muy pequeñas con sueños muy grandes”.
Vínculos entre amigos que brillan de vez en cuando, entre unas actuaciones y otras, entre unos escenarios y otros. Como cuando Café Quijano se entronó como una de las bandas más importantes que ha dado nuestra tierra, con una actuación llena de sabor y ritmo y con amigos sobre el escenario como Gabri de Shinova o Nena Daconte.
Daconte fue, precisamente, una de las artistas más solicitadas de un escenario a otro. Porque además de subirse a cantar con Café Quijano, también lo haría con Paula Mattheus. Aunque tuvo más éxito en sus colaboraciones que en su concierto en el escenario principal, que para el público fue uno de los sinsabores de esta 28ª edición.
Una propuesta ambiciosa (y quizá demasiado)
Cuando las expectativas son tan grandes, es cada vez más difícil sorprender y alcanzar estándares de calidad tan ambiciosos como los que se marca Arde Bogotá. A estas alturas de su peregrinaje por las carreteras españolas más allá de la A3, los cartageneros actúan con más seriedad que nunca, concentrados en no salirse del guion y con una propuesta que empieza tan alto como su espectáculo de drones (que, por cierto, mostró la bandera de Gaza junto al símbolo de la paz).
Arde Bogotá llevaba en su escenario un montaje de luces mucho más complejo de lo que suele verse en festivales de formato rápido, como el Sonorama Ribera. Y una orquesta de cuerda con la que llevar su rock hacia un sonido más sinfónico, como hicieron los grandes del género. El problema fue que la ambición, quizá, se pasó de largo desde el punto de vista técnico: el sonido no estuvo a la altura de la interpretación y del montaje. Fue un sonido sin definición, mal estructurado, demasiado intenso y sin nitidez vocal ni instrumental, hasta el punto de que la colaboración de la orquesta de cuerda apenas se distinguió del conjunto. Y ello nos hace preguntarnos si la rigidez horaria del formato de festival con varios escenarios no termina por perjudicar a la música: un equipo y un montaje como el de Arde Bogotá, quizá, necesita un tiempo de pruebas de sonido que resulta imposible en festivales así.
Si el Sonorama es la Fiesta de la Música, el Sonorama es Amaia
En el mundo del indie y la música ligera contemporánea es habitual ver a bandas que juegan solo con su energía sobre el escenario y sus letras sencillas y pegadizas, porque sus armonías son simples, sus tonalidades fáciles y sus ritmos, siempre binarios, totalmente previsibles. Son músicos autodidactas que se han preocupado poco por enriquecer su lenguaje. Como el escritor que reduce su vocabulario a un diccionario elemental de primero de Primaria. Podríamos nombrar a unas cuantas de las que pasaron por escenarios principales esta edición, pero no hace falta. Porque su juego es otro, y está bien así: dan espectáculo, la gente salta, se divierte, corea. Y punto.
Están esos grupos y, por suerte, están los buenos artistas. Los de siempre, como nos recordó Mikel Erentxun, Franz Ferdinand, Supergrass, Café Quijano, Fermín Muguruza o Rulo y La Contrabanda. Y los de hoy, como Zahara (y su performance cargada de mensajes subliminales), Delaporte, Nil Moliner, La Raíz, Miss Caffeina, Íñigo Quintero o Paula Mattheus, entre (afortunadamente) otros muchos.
Pero después de todos ellos… está Amaia.
No todo el mundo entendió que la cantante y compositora pamplonica actuara en un horario puntero en la velada del sábado, dado que su repertorio es más íntimo y tranquilo. Pero esa es la única duda que se le puede permitir a esta actuación. Porque si, como dice Javier Ajenjo, el Sonorama es la fiesta de la música, entonces el Sonorama es Amaia.
Su voz impecable es solo la punta del iceberg de una de las artistas más completas que ha dado el siglo XXI en el panorama musical español. Porque Amaia toca el piano con maestría, compone con un lenguaje musical rico y fundamentado, taconea flamenco y se atreve, incluso, con el arpa. Y además sobre el escenario es fresca, espontánea, cercana, dulce. Claro que es “raro” que Amaia toque en hora punta, cuando suelen escucharse acordes simples y guitarreos comunes. Pero es que Amaia está muchos metros por encima. Es rara, porque es inédita.
Aunque parezca una frase hecha, los buenos artistas están hechos de otra pasta. Y una se convence de ello ante actuaciones como la de Amaia. Pero también ante músicos como Rulo: solo un hombre que respira música y late ritmo puede ser capaz de regalarnos un concierto como el que ofreció el miércoles y que le dedicó a su hijo, fallecido hace pocos meses con solo tres añitos de edad.
Su actuación fue todo un homenaje en el que la emoción se transformó en energía, en ritmo, en melodías impecables. Y el público correspondió con empatía, con cariño y con aplausos especiales. Podría haber renunciado a tocar. Y decidió lo contrario. Lo que hacen los grandes artistas. Los que aparecen el diccionario cuando buscas la palabra oficio.
En definitiva, emociones hacia el cielo, día y noche, en un Sonorama Ribera 2025 representado por el icono de las alas del ángel “Tara”. Un amuleto de recuerdo a Andrés y a todas esas personas especiales que nos marcan, que dejan una huella en el arte, en la música, en la vida. Como el pequeño de Rulo, al que lloramos con cariño verdadero. Ángeles que merecen ser honrados con el mejor homenaje posible: la música.
Una cobertura informativa de Aida Acitores, Sergio Lozano, Layra Teixeira y Alberto Gómez






















