Arte para iluminar la lucha contra el cáncer en Palencia

Arte para iluminar la lucha contra el cáncer en Palencia. Lucía Burón, ICAL
Arte para iluminar la lucha contra el cáncer en Palencia. Lucía Burón, ICAL

La exposición ‘Aromas invisibles del alma’ fusiona impresionismo y terapia, transformando lienzos en refugios de luz y esperanza hasta el 10 de octubre

Jesús García-Prieto / ICAL

La sala Fernando Zamora de la Asociación Española Contra el Cáncer de Palencia (AECC) acoge estos días una exposición muy especial, ya que no es solo un rincón expositivo, sino un refugio donde el arte se alía con la vida para combatir la enfermedad. Hasta el 10 de octubre, las paredes de este enclave acogen ‘Aromas Invisibles del Alma’, la última exposición de Elena Miguel Pinacho, una pintora palentina cuya obra destila luz, color y una delicadeza que invita a detenerse. Nacida en Villamuriel de Cerrato, Elena no solo expone cuadros impresionistas que capturan instantes etéreos; también glosa, con cada pincelada, su labor divulgativa en la AECC, donde imparte clases de dibujo y pintura a personas enfermas, convirtiendo el lienzo en un bálsamo para el alma herida.

La exposición reúne una selección de pinturas realizadas en los últimos años, con un énfasis en paisajes y escenas cotidianas que evocan la sutileza de lo intangible. ‘Aromas Invisibles del Alma’ no es un mero conjunto de lienzos; es una invitación a inhalar emociones que no se tocan ni se ven, pero que perduran en la memoria. Elena explica que el título alude a “esas impresiones sutiles que no pueden tocarse ni olerse, pero que permanecen en la memoria y despiertan la sensibilidad de quien observa”. Cada obra, con su entrelazado de luz y color, transmite sensaciones más allá de lo visible. La atmósfera de un instante fugaz, la delicadeza de una emoción contenida o la huella íntima que el arte deja en el espectador. Es, en palabras de la artista, “una invitación a sentir y detenerse en la luz”. Y en un lugar como la AECC, donde la lucha contra el cáncer marca el pulso de los días, esta luz adquiere un matiz casi terapéutico.

La sala Fernando Zamora, nombrada en honor a un benefactor clave de la asociación, ha sido testigo de innumerables expresiones artísticas que buscan no solo embellecer, sino sanar. Inaugurada en la nueva sede de la AECC —un espacio de 400 metros cuadrados remodelado en 2023 para unificar atención, talleres y exposiciones—, esta sala se ha convertido en un pulmón cultural para Palencia. Aquí, el arte no es lujo, sino necesidad. Un puente entre el dolor y la esperanza, entre la sombra de la enfermedad y el resplandor de la creatividad. La exposición de Elena Pinacho encaja a la perfección en esta misión. Sus cuadros, mayoritariamente en acrílico sobre lienzo, tabla o papel, presentan un estilo impresionista que transforma lo cotidiano en poesía visual. Paisajes brumosos donde la luz filtra a través de las hojas, figuras etéreas que sugieren movimiento sin apresurarse, y paletas cromáticas que oscilan entre tonos vibrantes y susurros suaves. No hay realismo fotográfico aquí; Elena prefiere “plasmar lo que siento desde el alma”, con pinceladas arbitrarias y colorísticas que liberan emociones contenidas.

Para entender la profundidad de esta muestra, basta con detenerse ante una de las piezas centrales: un paisaje que captura el atardecer sobre los campos palentinos, donde el sol tiñe el horizonte de ocres y rosas intensos. La luz no es un elemento accesorio; es la protagonista, un recordatorio de que, incluso en la penumbra, hay resquicios de vitalidad. Elena confiesa que estas obras nacieron de su estudio personal, adaptadas al formato de la sala porque “los cuadros grandes que tenía preparados eran demasiado imponentes”. Pero lo que no se ve en las dimensiones es la esencia: un proceso creativo impulsado por la necesidad de “descubrir la paz después de 32 años como docente”. Retirada recientemente, Elena ha encontrado en la pintura no solo un refugio, sino una forma de procesar su propia batalla contra el cáncer, una experiencia que la llevó a las puertas de la AECC hace años.

Elena rememora con voz serena pero cargada de emoción cómo surgió la inspiración para esta exposición. “La cuestión de crear esos aromas es la sensación que produce una persona frente a un lienzo en blanco cuando planteas un proyecto”, dice. “Te distraes hasta el punto de iniciar algo, pero tienes que plantearlo desde el punto de vista interno: ¿Qué voy a plasmar? ¿Dónde me voy a sentir bien?”. Esos “temas muy paisajísticos, muy entrañables, muy desde el corazón” se planifican como un mapa de su mundo interior. Tras décadas en institutos como el Victorio Macho y Virgen de la Calle en Palencia —donde pasó sus últimos 20 años—, la jubilación le permitió reclamar el pincel como herramienta de sanación. “Plantear esas sensaciones en un lienzo me produce un estado anímico muy bonito”, afirma. Y en la AECC, este estado se multiplica: la exposición no es un evento aislado, sino una extensión de su labor como tallerista, donde enseña a pacientes a “elegir los colores” para su propio lienzo vital.

La trayectoria de Elena Miguel Pinacho es un tapiz tejido con hilos de conservación, enseñanza y creación. Licenciada en Bellas Artes y Restauración por la Universidad Complutense de Madrid, su carrera despegó en los años 80 con trabajos que marcaron su sensibilidad artística. Su primer gran proyecto fue la restauración del órgano sostenido en la columna de la Iglesia de San Hipólito en Tamara, para la Junta de Castilla y León: un laborioso esfuerzo subiendo andamios a 15 metros de altura en un frío glacial que, como dice ella, “nunca se olvida”. “Era horrible, te mueres de frío”, rememora, pero ese primer trabajo le caló hondo. “Siempre nos pasa eso, nuestro primer amor profesional queda en el corazón”.

Posteriormente, participó en “Las Edades del Hombre” en Valladolid y León, restaurando piezas como un realejo estropeado -un órgano portátil para procesiones- que exhibió en la muestra leonesa. “Lo sacamos muy bonito”, cuenta con orgullo. Y en el Museo Nacional de Escultura de Burgos, su ojo experto conservó tallas y retablos que hoy brillan intactos. Pero la restauración, precisa y objetiva, era solo una cara de su moneda creativa. “Ahí no te desarrollas como pintora; tienes que ser muy objetiva, el patrimonio es el patrimonio, no puedes meter nada que no sea lo suyo”, explica.

En paralelo, Elena participó en bienales de Palencia, donde fue seleccionada para fases nacionales y una de sus obras adquirida por la Diputación Provincial. En 1986, una beca de la misma institución la llevó a estudios en el extranjero, abriéndole horizontes. Exposiciones individuales en Villamuriel de Cerrato, Madrid, Toledo y el BBVA de Valladolid (en 1991, 1993 y 2005) alternaron con colectivas en Bilbao y San Sebastián. En 2015, una pieza suya formó parte de la conmemoración del centenario de la Diputación. Hoy, su obra figura en colecciones institucionales y privadas, un testimonio de su versatilidad.

Sin embargo, es en la enseñanza donde Elena encuentra su vocación más pura. Como funcionaria del Ministerio de Educación, impartió clases en institutos de Toledo -como el de Torrijos- y Palencia. “Fui profesora 32 años”, dice, “y ahora me retiro para intentar descubrir la paz que te queda después de la secundaria”. Pero la paz no es inactividad; es redirigir esa energía. En la AECC, donde aterrizó tras su propio diagnóstico de cáncer -“un diagnóstico muy malo”, confiesa-, la pintura se convirtió en salvavidas. “Me dijo la psicóloga: ‘Pinta, Elena, pinta’, porque iba a entrar en quirófano y no pintaba”. Y pintó: no con colores oscuros, sino con “mucha luz porque en esos momentos estaba plasmando lo que sentía”. La psicóloga le respondió: “Con estos colores que has metido, a ti no te va a pasar nada, porque tú eres vida”.

Esa vitalidad es el núcleo de su labor divulgativa en la AECC. Como miembro del equipo de talleres, Elena imparte clases de dibujo y pintura gratuitas a personas enfermas, un espacio donde “no tienen que hacerlo bien ni mal, sino realizar lo que quieran en ese momento”. Ha observado transformaciones profundas. “Tienen una alegría que al principio no tenían cuando llegaron”. Una alumna le contó cómo su oncóloga, incrédula ante su debilidad -“no puede con las manos romper un huevo frito”-, vio sus dibujos y se asombró. Otra, que nunca imaginó desarrollarse artísticamente, ahora lleva trabajos a casa para compartir con la familia: “Estoy deseando que llegue el lunes para venir aquí”. Elena adapta. “Si no quiere hacer esto, vamos a esto otro. Para que no se apenen con lo que no les sale, sino que tengan otro camino bonito”. No gasta en materiales caros; con cuatro colores básicos, enseña a crear paletas de cincuenta tonos. “Soy una profesional en este sentido”, ríe. Y enseña técnicas: carboncillo, acrílico, mezclas que convierten el lienzo blanco en color vivo. “Ese color lo transmiten luego en su casa y en su alma”.

En una ciudad como Palencia, donde la AECC atiende a miles de personas, la labor de Elena es un faro. La asociación usa el arte como herramienta de concienciación y terapia, y exposiciones como esta recaudan fondos sutilmente, invitando a la comunidad a “acercarse a la esencia” de la resiliencia.

Monet, Renoir, Manet… Como buena impresionista Elena busca transmitir optimismo y delicadeza. “Desde el punto de vista psicológico, planteo la pintura como la siento, con la luz y la sombra, con muchos colores”. Los tonos oscuros evocan tristeza; la luz, vida. “La vida son momentos, pero colores, porque nos sale del alma el color”. No copia la realidad -“no me transmite mucho”-; prefiere pinceladas “arbitrarias y muy colorísticas”. En “La Dársena”, un cuadro impresionista hecho en un arrebato anímico, la emoción fluye libre. “Es muy importante ser positivo cuando te encuentras mal, y lo tienes que transmitir de alguna manera”. Esa lucha personal -“yo pasé por la enfermedad de cáncer, por eso me metí aquí”- le ha dado una perspectiva única: “Te hace vivirlo de otra manera, sentir ese optimismo, esa forma de pensar diferente”.

La emoción juega un papel central en su proceso. “Lo transmito porque llevo un recorrido hecho desde muy pequeña”, dice, recordando profesores en Villamuriel que la animaron. “El recorrido que llevo hace que sepa dirigirme por donde quiero, que no me tenga que frustrar”. Para capturar esos “aromas invisibles”, aconseja: “Si a ti no te llega un aroma, busca otro. No te quedes con la frustración; busca recursos”. Es una lección que aplica en clases. “Busca otro camino y siéntete a gusto con el aroma que respiras”. Su frase emblemática resume todo: “La vida es un lienzo en blanco, tú eliges los colores”. Elegida pensando en sus alumnas, invita a planificar. “Cuando estás deprimida, lo vamos a llenar así, con mucho color”.

Fuera de la AECC, Elena enriquece su paleta con el grupo Thieldón, la Asociación de Artistas Plásticos Palentinos fundada en 2021 por creadores como Chema Manzano y Marian López. Con 42 miembros -pintores, escultores, fotógrafos-, Thieldón organiza eventos como ‘Arte Palencia’. Elena, secretaria actual, encuentra en él un intercambio vital. “Me enriquece porque se aprende mucho de los demás. Uno no sabe nada, sino que recibe”. Participa en muestras colectivas, como la de Burgos en septiembre o la de la Catedral de Palencia -donde expone un retrato de su hijo-. “El trabajo de un pintor es ver, ver, ver y compartir”. Thieldón “nos abre más camino”, dice Elena, que no para. “Me muero de actividad”.

‘Aromas Invisibles del Alma’ cierra con una proyección futura modesta, pasito a pasito, como en la vida. Hasta el 10 de octubre, la sala Fernando Zamora invita a palentinos y visitantes a sumergirse en este mundo. En cada cuadro, Elena no solo expone arte; regala esperanza.

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