Editorial de septiembre 2025
Mientras escribo, los partes oficiales todavía mencionan frentes que han dado guerra en Resoba, San Pedro de Cansoles, Brañosera, Cardaño… La palabra “controlado” aparece por fin junto a algunos de ellos, pero el reguero de sustos y de trabajo no se borra con un parte. Y aunque cueste poner números cuando la herida está abierta, ya sabemos que se han quemado miles de hectáreas en la Montaña Palentina, un territorio que es refugio del oso pardo, rebeco y de tantos bosques que nos sostienen. El dolor no es sólo paisajístico, es ecológico y cultural.
Pero incluso ahí, en mitad del humo, aparece lo mejor de nuestra gente. Los vecinos que ayudan a desalojar a los mayores, los chavales que llenan garrafas, los ganaderos que abren pasos a las cuadrillas, los alcaldes de ambos lados de la sierra llamándose en mitad de la noche. Esa red discreta, de WhatsApp y de puerta a puerta, ha evitado que el desastre fuera mayor. Y conviene decirlo en alto: cuando el monte arde, Palencia se hace pueblo y se une.
Luego llega el silencio. Lo conozco, suena a crujido de ramas calcinadas bajo las botas, a una especie de vergüenza del paisaje, a un: “¿Y ahora qué?”. Pues ahora toca contar verdades, aunque incomoden.
La primera: el monte necesita gestión los doce meses del año. No basta con acordarnos de él cuando nos duele. Necesita cortafuegos mantenidos, pistas transitables, depósitos de agua en buen estado, clareos que rompan el continuo de combustible, y ganadería extensiva que dibuje mosaicos, además de quemas prescritas con rigor técnico.
La segunda: el operativo de extinción es imprescindible, pero no puede ser el único héroe de la historia. A la prevención hay que ponerle presupuesto, personal, contratos estables y evaluación pública.
También hay que aprender rápido de lo que no funcionó. Si un helicóptero falla, hace falta redundancia; si un camino se corta, que haya alternativa; si un pueblo se queda sin cobertura, que los protocolos lo contemplen; si una coordinación patina, que se enmiende sin ruido y con datos. No se trata de buscar culpables a gritos en caliente, sino de escribir con nombres y fecha una lista de tareas y cumplirla sin excusas. (El debate ha sido áspero estos días; mejor convertirlo en mejoras concretas antes del próximo verano.)
La tercera verdad: detrás del humo siempre hay economía real. En la Montaña Palentina, cada hectárea alberga empleo en turismo rural, hostelería, madera, apicultura o caza controlada. Cada incendio espanta reservas, complica seguros y deja a familias con un agujero que no cierra sólo con una ayuda urgente. Por eso, las administraciones deben moverse con la misma rapidez con la que se mueven las llamas cuando sopla sur: valoración de daños ágil, líneas específicas para viviendas y negocios, apoyo psicológico y acompañamiento técnico para la recuperación ambiental. Que nadie tenga que elegir entre reconstruir su casa o irse para siempre.
Y una cuarta: no podemos permitir que el fuego nos fracture como comunidad. Habrá reproches, los hay siempre que duele, pero si convertimos el monte en un arma arrojadiza, perdemos todos. La política bien entendida aquí es otra cosa: es pactar un plan provincial de prevención y restauración con calendario, presupuesto y luz larga; es blindar la cooperación entre Junta, Diputación y ayuntamientos; es invitar a las juntas vecinales, a las asociaciones, a las universidades y a los expertos en la materia a sentarse y firmar un “acuerdo por el monte palentino” que sobreviva a los titulares y a los ciclos electorales.
También podemos elegir cómo queremos que nos recuerde este verano. Podemos recordarlo sólo por el humo o por lo que hicimos después del humo.
Entonces empieza lo importante. Palencia sabe de reconversiones y de remar en valle; que no nos falte ni la memoria ni la voluntad. Porque el monte no es un decorado: es la casa común. Y cuando arde, nos quita un trozo de futuro. Lo que hagamos ahora decidirá si el silencio que queda es un silencio de duelo… o el silencio fértil de la tierra que prepara el brote.







