Álvaro Gutiérrez Baños y Ana María Ortega presentan «la mayor exposición de libros pop-up navideños jamás vista en la capital»
Jesús García-Prieto / ICAL
Cuando uno cruza la puerta del Ateneo de Palencia estos días de diciembre, lo primero que encuentra no es una exposición más de belenes o de postales antiguas. Lo que encuentra es un pequeño milagro repetido 75 veces, 75 libros que, al abrirse, dejan de ser libros para convertirse en teatros, en catedrales, en bosques nevados, en portales de Belén y trineos voladores. Todo hecho de papel. Todo plegable. Todo vivo.
El arquitecto y coleccionista apasionado, Álvaro Gutiérrez Baños, junto a Ana María Ortega, recibe a los visitantes con la misma sonrisa de quien abre la puerta de su propia casa. Y en cierto modo lo es, ya que toda la exposición procede de los estantes de su domicilio, de esos armarios que ya hace años reventaron y que obligaron a la pareja a pasar “de la fase acumulativa a la fase selectiva”, como él mismo dice riendo.
“Llevamos más de cuarenta exposiciones por toda España, pero ésta tiene algo especial. Es la primera vez que exponemos en el Ateneo y la primera vez en mucho tiempo que hacemos una muestra exclusivamente navideña en Palencia. Y además llegamos con piezas que nunca se habían visto aquí”, reconoce.
La joya absoluta de la corona son dos libros alemanes originales de la década de 1870, considerados entre los primeros pop-up comerciales de la historia. Uno de ellos, fechado en 1878, contiene un belén completo que se levanta en pie en varios niveles al abrir las páginas. Hasta este mismo año, Álvaro y Ana María sólo poseían una reedición facsímil de los años ochenta. Conseguir los originales (y en tan excelente estado) ha sido, en palabras del propio Álvaro, “uno de esos momentos en los que el coleccionista siente que le tiemblan las piernas”.
“Son libros de Lothar Meggendorfer y Ernest Nister, los dos grandes pioneros”, detalla. “En aquella época la cromolitografía se hacía a mano en Baviera, hoja por hoja, y luego se encuadernaban en Londres o Nueva York. Ver hoy esas colores tan vivos después de 150 años es casi un milagro”.
Pero la exposición no se queda en el siglo XIX. Al contrario, ya que está pensada para que el visitante pueda hacer dos recorridos simultáneos. El primero es temático y gira alrededor de los grandes iconos de la Navidad: el Nacimiento (con decenas de portales de Belén de todas las épocas), los Reyes Magos (con camellos que avanzan al tirar de una lengüeta y palacios orientales que se despliegan en 360 grados), Papá Noel/Santa Claus (incluyendo ejemplares anteriores a la famosa campaña de Coca-Cola que fijó para siempre el traje rojo y blanco) y el árbol de Navidad, con ejemplos que van desde los victorianos más sobrios hasta los exuberantes diseños checoslovacos de los años cincuenta.
Cada uno de estos capítulos va acompañado de un breve texto explicativo redactado por la pareja. En ellos se cuenta, por ejemplo, cómo San Nicolás era representado con túnicas verdes, azules o marrones hasta que en 1931 el ilustrador Haddon Sundblom, contratado por Coca-Cola, lo vistió de rojo para que combinara con el logotipo de la marca. A partir de ahí, el rojo se impuso en todo el mundo. “Muchos visitantes se sorprenden —comenta Álvaro—. Creen que Papá Noel siempre fue rojo y blanco, y no: eso es marketing del siglo XX”.
El segundo recorrido posible es histórico y tipológico, para muchos, el más apasionante. La muestra abarca desde aquellos pioneros de 1870-1880 hasta las creaciones más espectaculares del siglo XXI, y en ese viaje se percibe claramente cómo el libro desplegable ha vivido varias “edades de oro”.
La primera, a finales del XIX, cuando la técnica alcanzó una perfección casi insuperable gracias a la impresión litográfica manual. La segunda llegó después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en Checoslovaquia, donde artesanos produjeron miles de títulos a precios asequibles y con una calidad extraordinaria. Y muchos expertos sostienen que hoy estamos viviendo una tercera edad de oro, gracias al corte láser y a ingenieros de papel contemporáneos, capaces de crear arquitecturas de papel que desafían cualquier lógica.
En la exposición hay ejemplos sobresalientes de todas estas épocas. “Lo fascinante es que cada período tiene su personalidad. Los victorianos son delicadísimos, casi joyería. Hay otros más narrativos, más coloridos, pensados para niños de posguerra que necesitaban alegría. Y los actuales son auténticas proezas técnicas”.
Y magia es precisamente la palabra que más se repite entre los visitantes. Porque eso es lo que sienten cuando ven surgir un bosque nevado de 1920, o un trineo tirado por renos que avanza realmente al mover una pestaña, o un palacio de los Reyes Magos que se despliega en cinco niveles y luego vuelve a quedar plano al cerrar la tapa.
Álvaro, como arquitecto, tiene una explicación técnica para esa emoción. “Son máquinas de papel. Tienen articulaciones, palancas, contrapesos… todo pensado para que al cerrar el libro vuelva a tener solo milímetros de grosor. Eso es ingeniería pura. A mí me enamoró desde el primer día por eso, porque parece una escultura, pero es una escultura que se desmonta sola”.
Él mismo confiesa que la pasión nació en Ana María. “Cuando la conocí ya era una entusiasta absoluta” y que él se “contagió” rápidamente. “Al principio comprábamos libros porque nos parecían bonitos. Ni siquiera éramos conscientes de que estábamos formando una colección. Hasta que un día miramos alrededor y… ya no cabían en casa”.
Desde entonces han expuesto en sitios tan dispares como el Museo de la Ciencia de Barcelona, el CosmoCaixa, el Colegio de Arquitectos de Madrid o la Biblioteca Nacional de España. Pero volver a Palencia con temática navideña tiene para ellos un sabor especial. “Aquí empezó todo. Nuestra primera exposición importante fue en el Centro Cultural Provincial, gracias al apoyo de Rafael Martínez, que entonces era jefe de Cultura de la Diputación. Aquella muestra tuvo una repercusión enorme, incluso salió en prensa nacional. Así que volver ahora al Ateneo, y además en Navidad, es cerrar un círculo”.
La exposición ocupa la sala principal del Ateneo y está abierta en el horario habitual de la institución hasta pasado Reyes y la entrada es libre, además, para quienes todavía necesiten un aliciente extra, el sábado 20 de diciembre por la tarde Álvaro y María estarán en la sala con una selección de libros que sí se pueden tocar y manipular. “Es nuestra actividad favorita. Ver la cara de un niño de ocho años o de un abuelo de ochenta y ocho cuando abre un pop-up de 1958 y ve cómo el trineo de Papá Noel avanza de verdad… eso no tiene precio. Y lo mejor es que los niños de hoy, que lo tienen todo en pantallas, se quedan igual de boquiabiertos que los de hace cien años”.
Si alguien tuviera que resumir en tres palabras por qué merece la pena acercarse al Ateneo estas Navidades, Álvaro lo tiene clarísimo. “Fascinación, prodigio y movimiento”. Y razón no le falta. Porque cuando un libro de papel de 1878 se abre y, de repente, ahí está el Portal de Belén con la mula, el buey, los pastores y la estrella brillando en lo alto, uno comprende que no hace falta ninguna pantalla ni ningún efecto especial. Basta un poco de papel, mucho ingenio y esa cosa tan antigua y tan nueva que se llama maravilla.





