José Luis Viñas lepidópteros extinguidos
Parte de la exposición de José Luis Viñas sobre lepidópteros extinguidos

La Fundación Díaz-Caneja presentó el jueves su nueva propuesta expositiva, que inaugura la etapa del museo de arte contemporáneo de Palencia como “centro de paisaje, medioambiente y ruralidad”

José Luis Viñas y Ruth Morán protagonizan las exposiciones de artes plásticas, que se completan con nuevos espacios dedicados a otras disciplinas

Juan Manuel Díaz-Caneja fue el pintor de los paisajes castellanos. Y quizás uno de sus principales legados artísticos es precisamente la reflexión sobre el entorno que nos rodea.

El pasado jueves, la Fundación Díaz-Caneja inauguraba formalmente su nueva etapa como museo de arte contemporáneo, precisamente, recogiendo ese legado para invitarnos a pensar el paisaje del siglo XXI desde una perspectiva artística multidisciplinar. Un paisaje marcado por la despoblación, la pandemia, la contaminación o la extinción de especies, de tradiciones en peligro de desaparecer, de materiales atávicos que conviven con la tecnología punta.

La primera propuesta de esa nueva programación, que lleva el sello del flamante director Juan Guardiola Román (nombrado hace tres meses tras ganar el concurso público), es toda una declaración de intenciones de la concepción del museo palentino como “Centro de paisaje, medioambiente y ruralidad”, y no únicamente como el espacio para salvaguardar la memoria y la obra de Díaz-Caneja.

“Dentro de esa línea de trabajo presentamos una nueva temporada expositiva que consiste en siete propuestas”, adelantaba Guardiola a los medios de comunicación, todas ellas vinculadas con esa línea de trabajo vinculada al territorio.

La primera de ellas, que puede visitarse hasta el 9 de abril, combina dos exposiciones de artes plásticas con la apertura de cuatro nuevos espacios en los que la fundación mostrará otro tipo de instalaciones, proyectos audiovisuales y sonoros. Lugares que hasta el momento eran meras zonas de tránsito o se reservaban a otras actividades.

“La Fundación se está renovando, no solamente en pintura y carpintería sino también a nivel espacial”, concretaba el nuevo director. Áreas expositivas a las que se suma una colaboración más amplia con entidades como la Universidad Popular de Palencia, la Asociación de Amigos de la Díaz Caneja o la Muestra de Cine Internacional de Palencia, o la creación de una residencia artística para un creador de la tierra.

Exposiciones

José Luis Viñas, palentino de adopción, es el artista con que se inaugura esta nueva etapa de la Díaz-Caneja. Un honor doble para un creador que goza de una amplia reputación en el mundo del arte contemporáneo que, sin embargo, apenas ha tenido ocasiones de exhibir su obra en su ciudad. Ha colaborado como docente ocasional en el programa de Bio-Art de la Universidad de León, ha impartido conferencias en el MACBA de Barcelona, ha expuesto en el Musac o en la Academia de España en Roma y ha sido becado por la Fundación Castilla y León, sin embargo, Palencia sólo había acogido una exposición suya en la fundación Isabel Frontela, que cerró hace aproximadamente una década.

“A pesar de mi trayectoria, esta exposición es una presentación casi desde la nada. Y eso me ha llevado a pensar qué relación he tenido con esta provincia”, indicaba el artista en la inauguración del jueves. De origen madrileño, llegó a Guardo en el año 2003. “Venía de hacer exposiciones en salas de arte emergente en Madrid o Barcelona y me vi confrontado al problema de la reconversión industrial y a medio pueblo vacío. Eso cambió totalmente mi visión artística para politizarla de alguna manera y hacerme muy sensible a aquello que desaparece en silencio”.

Y en la cuenca minera palentina, aquello que desaparecía en silencio era la actividad económica reflejada en el espacio urbano. “Empecé fotografiando ruinas o espacios abandonados y, mediante un cuento o un dibujo, me imaginaba la vida de sus últimos habitantes”. En 2012 se trasladó a vivir a la capital palentina y, al mismo tiempo, comenzó a viajar por el mundo, especialmente a destinos tropicales.

“Me di cuenta de que lo que había pasado en Guardo no era una cosa tan extraña, sino que sucede en muchos países: las transformaciones muy agudas del medio rural pasando por una urbanización muy salvaje”. Esa observación, unida a su interés por la biología, le llevó a conectar su trabajo artístico con la pérdida de biodiversidad, “que es otra desaparición silenciosa”.

Cuando los insectos resuciten es el proyecto artístico en el que se concreta ese trabajo, y que puede verse en la sala principal de exposiciones temporales de la Díaz Caneja como primera parte de la nueva temporada. Los insectos son el leitmotiv para reflexionar sobre esa pérdida de biodiversidad que está “correlacionada con el destino de las sociedades rurales”.

La muestra une dos instalaciones: la primera, creada en el marco de la beca de la Fundación Castilla y León, que consistió en un museo de mariposas y polillas extinguidas que se instaló el pasado invierno en la ex colonia minera de Vallejo de Orbó y recala por primera vez en una sala de arte convencional. La segunda, que lleva por título La última, es “el regreso a mi ciudad de origen, Madrid”. Se trata de “un pequeño memorial sobre los insectos paleoextinguidos instalados en unos peqeuños parterres con plantas tropicales y en un espacio marginal de los portales de Madrid. Una pieza con la que cierro el círculo desde mi llegada a Palencia en 2003”.

Ruth García Morán

En el nuevo proyecto de la Díaz-Caneja tienen cabida, como no podía ser de otra manera, las vanguardias de artistas de otros lugares del país y del mundo. Es el caso de la exposición de Ruth Morán, artista extremeña afincada en Sevilla que presenta Algo con barro, una instalación compuesta por un conjunto de piezas cerámicas junto a una serie de pinturas en tela y papel. La artista trabaja desde la convicción de que su labor creativa y el oficio del pintor se sustentan sobre una actitud intelectual y una función de investigación. Su trabajo con la cerámica experimenta con la materia y con la forma escultórica, a modo de “transgresiones” que cuestionan la finalidad del objeto cerámico en búsqueda de la belleza y la emoción.

Un proyecto que Morán presentó en el Museo Barjola de Gijón. En su currículo, poblado de exposiciones por todo el país, destaca también haber recibido la prestigiosa beca de la Real Academia de España en Roma y la de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura en París, entre otras.

Paisaje Sonoro

Una de las novedades que recoge el proyecto “paisaje, medioambiente y ruralidad” es la conversión de la galería superior que conecta la escalera con la biblioteca en un espacio dedicado al paisaje sonoro o “Soundscape”. Maite Barrera es la comisaria del proyecto Escuchar el Paisaje, que se desarrollará a lo largo de todo el 2023 con una pieza sonora reproducida en bucle, a razón de seis piezas a lo largo del año. La primera propuesta, según explicó la propia comisaria, es la presentación de un género artístico y documental poco conocido por el público, como es el del paisaje sonoro.

“Se ha hecho una presentación de los precursores del paisaje sonoro para presentar este subgénero dentro del arte sonoro, que surge a partir del momento de las vanguardias con las introducciones de cosas que suenan dentro de las artes visuales, que a veces es música y otras no, o tiene conexiones, o comparte espacios o está en lugares diferentes”, explica Barrera. “El paisaje sonoro está relacionado con el proyecto de la Díaz-Caneja en la idea de sostenibilidad, ecología y enraizamiento con el territorio. Porque a partir de la posibilidad que las nuevas tecnologías daban de grabar sonido, empezaron a componer piezas con esos sonidos, pero era clave que fueran enraizadas con el territorio.

Es decir, nacen de una preocupación por el ruido ambiental, por los sonidos que se están perdiendo y por la disminución de la capacidad de escucha” que autores como Raymond Murray Schafer, que protagoniza la primera pieza de este espacio, detectan en sus estudiantes. Porque “esta forma de arte nace de una forma de pedagogía y de intento de preservación mediante prestar atención a aquello que no escuchamos normalmente”.

Eugenio Ampudia

El auditorio del museo cobra vida en este proyecto también como espacio expositivo permanente, con la proyección continua del audiovisual sobre el Concierto para el Bioceno, que el compositor vallisoletano Eugenio Ampudia ofreció en plena pandemia en el Liceo de Barcelona, en un auditorio lleno de plantas.

En el primer día tras acabar el estado de Alarma, el Gran Teatre del Liceu reabrió sus puertas para ofrecer un concierto original, único y diferente. El cuarteto de cuerda UceLi Quartet interpretó Crisantemi, de Giacomo Puccini, para un auditorio inédito: 2.292 plantas que ocuparon cada una de las butacas del teatro. Finalizado el concierto, las plantas, con un certificado del artista, fueron donadas a modo de reconocimiento al mismo número de personas que han estado en la primera línea del frente sanitario. El audiovisual sobre este concierto puede verse en la Díaz-Caneja gracias al patrocinio de la Muestra de Cine Internacional de Palencia.

Espacio vídeo e Intervención

Completan esta primera parte del proyecto expositivo la colección de postales Naturaleza Invitada, por Mark Dion & J. Morgan Puett, que retrata un grupo imaginario de mujeres científicas amateurs de finales del siglo XIX interesadas en las ciencias naturales y que ha sido cedida por el Centro de Arte y Naturaleza de Huesca; así como el nuevo “Espacio Vídeo”, con una proyección del proyecto Barruntaremos de Asunción Molinos Gordo en el que indaga en otras formas de habitar el mundo y sentir el paisaje a través de la voz y las vivencias del pastor segoviano Pedro Sanz Moreno, conocedor de las Cabañuelas.

Por último, la intervención de David Nash titulada Wooden Boulder refleja el trabajo realizado por el autor durante 22 años en un proyecto vinculado con la ecología. En 1978 taló un árbol dándole la forma básica de esfera de madera y la dejó rodar por un río cerca de su estudio, al norte de Gales. Durante todo ese periodo la observó moverse y documentó el viaje y la erosión que fue sufriendo la obra, que terminó por convertirse en una “escultura viva”.

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