Con otro enfoque, Baloncesto base en Palencia
En este penúltimo texto de la temporada, me gustaría volver a realizar un ejercicio de reflexión profunda sobre el título de este artículo, ya que es un debate largo y con muchas aristas.
Desde el silencio de estar a pie de pista, se escuchan muchas cosas y se observan otras: comentarios, actitudes, miradas, suspiros… Y es que cada detalle que ocurre dentro de los 40 minutos que dura un partido da para muchas historias. “El poder de la grada” tiene varias lecturas, dependiendo de si eres jugador, entrenador o espectador.
Centrando un poco más el tiro, quiero incidir en el aspecto de los jugadores y esas miradas que cruzan durante el encuentro. Las que más me gustan son aquellas en las que, cuando las cosas no salen bien, se busca apoyo en el banquillo, ya sea del entrenador o de un compañero que intenta animar a uno de los suyos.
No hay que olvidar que el entrenador también mira, y mucho, pero lo hace en silencio. En ocasiones, esas miradas de reojo van hacia la grada para observar a sus “segundos entrenadores”, que dirigen el partido según lo que él “no sabe hacer”. Y es que lo que ocurre en un partido, con sus curvas emocionales, o en los entrenamientos durante la semana, solo lo conoce él. Es muy fácil juzgar horas de trabajo en unos pocos minutos.
A veces, el banquillo también enseña, y no porque sea un castigo (aunque en ocasiones lo parezca). Lejos de centrarse únicamente en el rendimiento individual de un hijo, hay que recordar que se trata de un juego colectivo, basado en los compañeros.
Lo que menos me gusta de estas situaciones son los jugadores que llegan aleccionados desde casa, algo que se nota en su juego -o en su falta de juego colectivo-. Muchos ponen su ímpetu mental fuera del club y olvidan que es ahí donde deben crecer como personas y jugadores, en el lugar donde pasan más tiempo con los suyos.
Dentro de los fallos lógicos que pueden cometerse en un partido, el “no pasar” el balón a un compañero para que no destaque más que tú es algo feo. Un jugador solo (o dos) no pueden ganar un partido, aunque anoten 40 puntos. Puede que los marquen, pero ¿a cuántos intentos forzados e individualistas se llega en jugadas imposibles, que podrían resolverse con un pase y terminan en canasta del rival?
Lo peor es que, en ese tipo de jugadas o errores, lo normal sería que el jugador mirara a la grada buscando el apoyo de los suyos para seguir luchando. Pero cada vez se ve menos. Lo que sí veo son señales o palabras clave que contradicen las indicaciones del entrenador. No sé qué se pretende con este lenguaje mímico en busca de aprobación por parte de la grada.
A veces, esta “labor” no termina ahí. Al finalizar el partido, algunos dejan el papel de “segundo entrenador” y adoptan el de “cronista deportivo”, analizando cada jugada. Creo que esto no ayuda a sumar al equipo. En lugar de dar un abrazo -ya haya sido un buen partido o no- y comentar el encuentro de forma sana en casa, se critica sin construir. Luego nos quejamos de que los jugadores no se llevan bien.
Ese “poder de aprobación” de la grada lo absorben como esponjas, y a menudo lo gestionan de la peor manera posible. Apoyo o aprobación: tú decides qué ofreces desde la grada.







