“Barajas, terminal de la desesperanza”, por Marta Sastre

Achuchando que es gerundio

Marta Sastre Barrionuevo
(Periodista / Piloto)

Muchas son las horas que paso en el aeropuerto de Barajas entre vuelo y vuelo. Muchas, seguro que demasiadas, y siempre me han deprimido los minutos perdidos en los aeropuertos. Un lugar en el que se mezclan ilusiones de aventuras por venir, reencuentros de familias, alguna que otra mala noticia y prisas, muchas prisas. Es como un hormiguero repleto de personitas que se mueven automáticamente con el gesto perdido y confundidas.

Sin embargo, últimamente a ese caos habitual se le ha añadido otro problema. Un tema que a mí, personalmente, me ha supuesto muchas horas de insomnio y obsesión desde muy temprana edad. De hecho, he de confesar que no hay noche que no me imagine que soy una persona sin hogar a la que le han dejado una cama para pasar solo esa noche. Sé que suena a locura, pero les aseguro que lo aprecio mucho más. Como dice mi madre siempre: “Un techito donde caerse muerto, aunque tenga que comer sopa todos los días de mi vida, pero eso sí, una camita donde dormir”.
Como imagino que ya habrán escuchado, desde hace más de seis meses, alrededor de 400 personas sin hogar duermen en el aeropuerto de Madrid-Barajas porque no tienen adónde ir ni cómo mantenerse.

Y es cierto, se lo aseguro yo, que de eso han sido testigo mis ojos, porque las filas de personas tiradas en el suelo con los pocos enseres que les quedan debajo de su maltrecho cuerpo son interminables.

Yo me pregunto: ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

No me apetece nada meterme en política en este momento. Es muy fácil caer en demagogia en un asunto así, por lo tanto me concentraré en lo que están viviendo estas personas. Ni si es responsabilidad del aeropuerto, del Ayuntamiento de Madrid, del Gobierno o de la Iglesia. A mí lo único que me interesa son esas personas con la mirada perdida y los huesos agotados.

¿Se imaginan que llega la noche y no tienen una cama donde cobijarse, una familia que les arrope o les pregunte cómo ha ido el día o el sofá de un amigo donde sentirse querido?

Porque eso es lo que está ocurriendo, cada noche, en el corazón mismo de uno de los aeropuertos más transitados de Europa. Y no es una historia de ficción ni una imagen lejana sacada de un reportaje. Es real, está pasando aquí, ahora, a unos metros de nuestras puertas de embarque y nuestras humildes u ostentosas moradas.

He aprendido que la indiferencia es más cómoda que la empatía, pero también más cruel. Nos hemos acostumbrado a mirar hacia otro lado, a pasar de largo como si esas vidas en pausa no tuvieran nombre, ni historia, ni dignidad. Pero las tienen. Y cada uno de ellos podría ser tú, o yo, o alguien a quien queremos.

Quizás no tengamos la solución inmediata, quizás no podamos arreglarlo todo de un plumazo. Pero lo que sí podemos -lo que debemos- es empezar a mirar, de verdad. A verlos. A reconocer que existen. Porque mientras permanezcan invisibles, seguirán siendo ignorados. Y eso, en una sociedad que presume de moderna y solidaria, no debería ser aceptable.

Yo no tengo todas las respuestas. Solo sé que, la próxima vez que pase por Barajas, no podré evitar mirar a esas personas a los ojos. Y quizás ese sea el primer paso para que, entre todos, empecemos a cambiar las cosas.

Con P de piedad, porque al parecer de eso ya casi no nos queda.

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