13 de septiembre de 2025. Movistar Arena.
No quedaba una sola entrada. Dos horas largas de música bastaron para confirmar lo que muchos intuíamos: Enrique Bunbury y su Huracán Ambulante siguen siendo una fuerza escénica capaz de arrasar, emocionar y, sobre todo, de demostrar que el presente también importa. El telón rojo se abrió con la precisión de un rito, y de inmediato sonaron “Otto e mezzo” y “El club de los imposibles”, un arranque fulgurante que no dio respiro y que marcó el tono de toda la noche.
El pulso de un repertorio equilibrado
El concierto serpenteó entre la electricidad más cruda de Radical Sonora y la calidez mestiza de sus discos latinoamericanos. La banda sonó afilada, orgánica, con vientos, violín y percusiones que ampliaron el colorido del repertorio. Canciones como “De mayor”, “El extranjero” o “Sólo si me perdonas” encontraron en Madrid un público que no solo aplaudía, sino que cantaba de memoria cada verso, confirmando que Bunbury sigue teniendo un cancionero vivo, vigente y compartido.
La voz, con ese timbre áspero y sabio, atravesó cada registro con solvencia. En temas como “Las chingadas ganas de llorar” el silencio del pabellón fue sobrecogedor, roto únicamente por la ovación final: un momento íntimo que subrayó la madurez expresiva de un artista que sabe jugar con las dinámicas y los silencios tanto como con los gritos y las guitarras.
La novedad madrileña
El tramo final guardaba una sorpresa. En los bises, casi al cierre, Bunbury regaló una novedad de esta gira que hasta ahora no había sonado en su tour: “El aragonés errante” una pieza que no tocaba en directo desde 2005. Fue recibida con entusiasmo, con esa mezcla de desconcierto inicial y entrega inmediata que solo un artista con su autoridad escénica puede provocar. Ese gesto le dio al concierto un aire de exclusividad que el público madrileño agradeció con una ovación larga y encendida.
Lo que estuvo y lo que faltó
El repertorio se completaron con un guiño imprescindible a sus orígenes: “Apuesta por el rock and roll” (versión de Más Birras), única concesión a la memoria compartida con Héroes del Silencio. Fue un estallido, coreado como himno generacional, pero dejó también la sensación de que el recital habría alcanzado cotas de apoteosis si Bunbury hubiera rescatado alguna joya más de ese universo o de discos tan queridos como Pequeño o Flamingos. Muchos hubieran celebrado escuchar “Bujías para el dolor”, “Alicia (expulsada al país de las maravillas)” o algún clásico adicional de Héroes. No ocurrió, y esa ausencia inevitablemente abre el espacio de la nostalgia.
Un huracán de presente
Pese a ello, lo vivido en Madrid fue una celebración en toda regla. Escenografía sobria pero elegante, pantalla trasera que acompañó sin robar protagonismo y una iluminación que supo dialogar con cada estado de ánimo del repertorio: destellos eléctricos en los temas más rockeros, penumbra delicada en los momentos de confesión.
El público, entregado de principio a fin, convirtió el Movistar Arena en un coro multitudinario. No hubo distancia entre artista y audiencia: fue una comunión, un viaje compartido que reafirma la vigencia de Bunbury en el panorama musical hispano.
Madrid asistió a un recital que demuestra que Bunbury no vive solo de la memoria: se atreve con lo nuevo, reivindica a su banda histórica y ofrece un espectáculo sólido, emocionante y actual. Si en Zaragoza decide alargar el guiño a otras etapas de su carrera, estaremos ante un cierre histórico. Pero lo de Madrid ya quedará como lo que fue: una noche de plenitud, donde el huracán sopló con fuerza y nos recordó que, más que nostalgia, lo que nos convoca es continuidad.



































