Carlota Reja, el arte de volver a las raíces y emprender en Palencia

Joven pintora en su estudio rodeada de caballetes y obras de arte
Carlota Reja, una joven artista, fusiona su pasión por el arte y la enseñanza en Palencia.

Una joven pintora que desafía lo convencional, regresa a su tierra para emprender y fusionar creación artística con docencia, demostrando que las raíces y la pasión pueden transformar una ciudad pequeña en un lienzo lleno de posibilidades

Jesús García-Prieto / ICAL

En un mundo donde los jóvenes suelen mirar hacia las grandes ciudades en busca de oportunidades, Carlota Reja Cuadrillero (Palencia, 1995) ha elegido un camino diferente. Esta artista, hija de los reconocidos pintores Álvaro Reja y Carolina Cuadrillero, decidió volver a su tierra natal para construir una carrera que combina la creación artística con la enseñanza.

A sus casi 30 años, Carlota no solo ha consolidado su propio estilo pictórico, sino que desde hace ocho años dirige un estudio en Palencia donde imparte clases de dibujo y pintura, demostrando que una ciudad pequeña puede ser el escenario perfecto para emprender y dejar huella. Su historia es un testimonio de pasión, raíces y valentía, un ejemplo de cómo el amor por el arte y la comunidad puede dar forma a un proyecto de vida único.

Desde que tiene memoria, Carlota se recuerda dibujando. En su hogar, el arte no era solo una actividad, sino una forma de vida. Sus padres, ambos pintores profesionales, fueron sus primeros maestros y su mayor inspiración. “Son los faros de mi vida profesional”, afirma con orgullo. Creció rodeada de lienzos, pinceles y conversaciones interminables sobre pintura, un ambiente que moldeó su sensibilidad y su vocación. “Hemos ido juntos a museos, he estado en el estudio viéndoles, en casa, con infinidad de conversaciones sobre pintura”, relata a Ical. Este entorno artístico no solo alimentó su creatividad, sino que le dio una educación visual que ella misma describe como esencial: “Quitar eso de la ecuación es imposible”.

A los 10 años, Carlota ya creaba obras que, apenas dos después protagonizarían su primera exposición individual en la antigua sala de exposiciones de Caja Laboral de la calle Mayor de Palencia. Con formatos modestos en A4, utilizando lápices de colores y rotuladores, la joven artista cautivó a quienes se acercaron a ver su trabajo. “Era un momento para enseñar mis cuadros, un aliciente para continuar”, recuerda con una sonrisa.

Aquella experiencia no fue un hecho aislado. Al año siguiente, volvió a exponer y comenzó a participar en concursos locales, ganando el primer premio en el certamen de las ya famosas ‘Pes’ de las fiestas de Palencia en dos ocasiones. Estas victorias tempranas no solo reforzaron su confianza, sino que dejaron una huella en la comunidad. “A día de hoy me sigo encontrando a matrimonios que tienen cuadros de esa época”, cuenta, emocionada por cómo su pintura ha evolucionado desde entonces.

El talento innato de Carlota encontró un cauce formal cuando ingresó en el Bachillerato de Artes en la Escuela de Artes y Oficios Mariano Timón de Palencia. A los 17 años, dio un paso más al trasladarse a Salamanca para estudiar Bellas Artes, una experiencia que marcó un punto de inflexión en su vida. Aunque la ciudad universitaria le abrió un mundo de posibilidades, nunca perdió de vista sus raíces. Los fines de semana, regresaba a Palencia para trabajar en el estudio de su padre, donde absorbía técnicas y conocimientos que complementaban su formación académica. “Me iba al estudio de mi padre, y si no tenían encargos, trabajaba con él, me mandaba ejercicios o le veía pintar”, explica a Ical, rememorando aquel momento.

En Salamanca, Carlota decidió especializarse en grabado, una técnica que sus padres no dominaban y que le permitió explorar nuevos horizontes. “Como la pintura al óleo la tenía en casa, quise aprender algo diferente”, detalla. El grabado, con sus procesos minuciosos y su capacidad para generar texturas únicas, le fascinó. Aunque hoy no lo practica de manera habitual debido a la necesidad de equipos específicos como el tórculo, su influencia sigue presente en sus lienzos.

“Hay cuadros en los que uso plantillas, negativos, surcos, veladuras… Son resquicios de esas técnicas”, señala. Su enfoque pictórico, caracterizado por composiciones planas a las que da volumen a través del color, bebe del mundo natural, los bodegones y la figura humana, con influencias de grandes maestros como Chagall, Monet, Picasso y Matisse. “Me gusta la pintura suave, airosa, con una colorimetría bonita”, describe.

Tras graduarse en 2017, Carlota se enfrentó a una encrucijada: ¿Qué hacer con su vida? La respuesta llegó en una conversación familiar en el salón de su casa. “Terminé en mayo el curso, llegué a Palencia y dije: ‘¿Y ahora qué hago?’”, recuerda. La idea de abrir un estudio propio comenzó a tomar forma. “Quería pintar, pero también me gustaba la enseñanza, tratar con la gente, y creo que se me da bien”, afirma. Así, en lugar de buscar oportunidades en ciudades como Madrid o Barcelona, decidió apostar por Palencia. “Me encanta esta ciudad. Es fácil para vivir, con gente cercana, todo a mano. Creo que no había una academia como tal de dibujo y pintura, así que surgió así”, explica.

Esta decisión no estuvo exenta de desafíos. Abrir un taller en una ciudad pequeña implicaba romper con la tendencia de emigrar a urbes más grandes, pero para Carlota, las raíces y la cercanía con su familia pesaron más. “Soy muy familiar, para mí es importante estar cerca de los míos”, confiesa. Además, veía en Palencia un potencial sin explotar. “Hay mucha gente que se va, pero a mí me parece que es una ciudad con muchas posibilidades”. Con el apoyo de sus padres, comenzó a buscar locales y, casi de la noche a la mañana, se vio inmersa en la aventura de emprender. “Estaba con mi padre viendo locales, con los de la obra, pintando mesas de colores”, recuerda con una mezcla de nostalgia y orgullo.

En 2017, Carlota abrió su estudio en Palencia, un espacio donde combina su creación artística con la docencia. Por las mañanas, se dedica a pintar, trabajando en obras que envía a una galería en Marbella gestionada junto a sus padres, un proyecto que les permite dar a conocer su trabajo a un público internacional. Por las tardes, imparte clases de dibujo y pintura a niños y adultos, una faceta en la que se siente profundamente realizada. “Me gusta tratar con la gente, y creo que es una virtud que tengo”, asegura.

Su enfoque pedagógico, lejos de ser rígido, busca despertar la creatividad de sus alumnos desde el cariño y la libertad. “No puede ser que los niños salgan del colegio y les des una clase como si fuera otra vez el colegio. Tienen que pasárselo bien, aprender de forma amena”, explica.

Enseñar a niños, dice, es más fácil que a adultos. “Un niño no tiene pretensiones, es como una esponja, muy creativo y espontáneo. Los adultos, en cambio, son más rígidos, quieren resultados inmediatos”, reflexiona. Sin embargo, su paciencia y su pasión por transmitir el arte han hecho de su estudio un lugar de referencia en Palencia. Desde su primera alumna, Julia, una niña de 9 años que hoy estudia Bellas Artes en Salamanca, Carlota ha visto cómo su trabajo inspira a otros. “Me acuerdo perfectamente de ella, fue mi primera alumna, y me emociona saber que está siguiendo este camino”, cuenta.

Además de su labor en Palencia, Carlota participa en un proyecto familiar que conecta su ciudad con Marbella. Junto a sus padres, gestiona una pequeña galería en el centro de esta ciudad costera, un punto de encuentro para turistas y amantes del arte de todo el mundo. “Es un lugar con mucha luz, mucha gente de fuera, árabes, alemanes, rusos, ingleses… Es una oportunidad para dar a conocer nuestra pintura”, explica. La galería exhibe obras de los tres, una muestra de la sinergia creativa que une a la familia. “Si un cuadro es bueno, al final tendrá salida”, asegura Carlota, quien confía en la calidad de su trabajo para conquistar a quienes visitan este escaparate internacional.

Sin embargo, el éxito no llega sin esfuerzo. “Todos los negocios hay que lucharlos”, admite. La gestión de la galería, los encargos y la creación de nuevas obras requieren una disciplina que Carlota ha aprendido a cultivar. “Me levanto por la mañana, me tomo un café, voy al estudio y pinto. Por las tardes, doy clases. Es una rutina, porque la inspiración, como decía Picasso, te tiene que pillar trabajando”, afirma. Esta filosofía, heredada de los grandes maestros y de sus propios padres, guía su día a día.

La pintura de Carlota es un reflejo de su personalidad: libre, intuitiva y profundamente conectada con sus emociones. “Nunca trabajo con una idea cerrada; el cuadro me va llevando al resultado final”, explica. Sus obras, que parten de un encaje inicial, evolucionan de manera orgánica hasta alcanzar un equilibrio en el que “no hay nada innecesario ni nada que falte”. Inspirada por el expresionismo y artistas como Chagall, Monet, Picasso y Matisse, Carlota crea composiciones que combinan colores vibrantes con formas suaves, evocando flores, bodegones y figuras humanas. “Me gusta la pintura que tiene alma, que cada vez que la mires descubras algo nuevo”, dice.

Esta libertad creativa se refleja también en su forma de enseñar. En sus clases, combina la enseñanza de técnicas académicas con un enfoque que fomenta la espontaneidad. “Soy un poco anárquica, pero mantengo las bases. Quiero que mis alumnos disfruten y descubran su propia voz”, señala. Esta filosofía ha convertido su estudio en un espacio donde el arte no solo se aprende, sino que se vive.

Aunque abrir un taller en Palencia no estuvo exento de retos. “Empecé con una alumna”, recuerda Carlota. Sin grandes campañas de publicidad, confió en el boca a boca para dar a conocer su proyecto. “Lo mejor es hacer bien tu trabajo, con amor, y que los alumnos estén contentos. Lo demás fluye”, asegura. Poco a poco, su estudio comenzó a llenarse de niños y adultos deseosos de aprender, y hoy, tras ocho años, Carlota hace un balance positivo. “Es mucho esfuerzo, los comienzos son difíciles, pero Palencia me ha acogido de una manera muy bonita”, dice.

El panorama cultural de Palencia, sin embargo, no está exento de limitaciones. “Es una ciudad pequeña, no hay tantas galerías o espacios para exponer como en una gran ciudad”, reconoce. Aun así, ve con optimismo iniciativas como la reciente apertura de una sala por parte de Thieldon, que promete dar un nuevo impulso al arte local. “Eso da riqueza a la ciudad”, afirma. Proyectos como La Ballena 60, un espacio cultural que también apuesta por el talento local, son para Carlota un signo de que Palencia está despertando culturalmente.

El valor de quedarse

En un contexto en el que muchos jóvenes abandonan las ciudades pequeñas en busca de oportunidades, la decisión de Carlota de quedarse en Palencia tiene un valor especial. “Hay una corriente que dice que lo mejor está afuera, en Madrid o en ciudades grandes, pero yo creo que en las ciudades pequeñas también hay muchas posibilidades”, reflexiona. Para ella, Palencia no es solo un lugar donde vivir, sino una fuente de inspiración. “Me gusta salir por la calle y encontrarme con gente que conozco de toda la vida, que la panadera me hagas de su hijo y ver cómo crece”, dice con una sonrisa.

Su historia resuena con la de otros jóvenes que, como ella, han decidido volver a sus raíces para emprender. “La tierra tira”, afirma, haciendo eco de las palabras de otros creadores, quienes también han encontrado en Palencia un lugar para crecer. Este regreso no es solo un acto de amor por su ciudad, sino una apuesta por demostrar que el talento y la creatividad no necesitan de grandes urbes para florecer.

Con el horizonte del 2026 a la vista, Carlota sigue trabajando con la misma pasión que la ha guiado desde niña. Entre sus planes está la posibilidad de organizar una exposición en Palencia. Además, continúa enviando obras a la galería de Marbella y colaborando con una tienda de decoración en León, ampliando su alcance sin perder de vista su base en Palencia. “Quiero que mis cuadros enamoren, que tengan alma”, dice, resumiendo su filosofía artística.

A quienes sueñan con emprender en el mundo del arte, especialmente en una ciudad pequeña, Carlota les ofrece un consejo realista pero esperanzador. “Es un mundo difícil, pero si es tu pasión, tienes que trabajar y amarlo. No todos los días estás inspirado, pero la inspiración llega trabajando”. Su trayectoria, marcada por la constancia, el amor por el arte y un profundo vínculo con su tierra, es una prueba de que los sueños pueden echar raíces en cualquier lugar, incluso en una ciudad pequeña como Palencia.

Carlota Reja Cuadrillero no solo pinta lienzos; pinta un futuro donde el arte, la comunidad y las raíces se entrelazan para crear algo verdaderamente único. En cada trazo, en cada clase, en cada cuadro que viaja desde Palencia hasta Marbella, lleva consigo la esencia de una ciudad que, a través de su talento, se convierte en un lienzo lleno de posibilidades.

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