En hospitales y residencias de Palencia un grupo de payasos terapéuticos transforma el dolor en esperanza, demostrando que la risa, cuando nace del corazón, también puede sanar
En una ciudad donde la vida transcurre al ritmo pausado de la cotidianidad castellana, la risa ha encontrado su rincón más valiente. No en los teatros ni en las plazas, sino en los pasillos de hospitales o en las habitaciones silenciosas de una residencia, en el gesto cansado de un niño ingresado o en la mirada nostálgica de una anciana. Allí, justo donde más falta hace, aparecen ellos: los payasos de Cazasonrisas.
Con más de una década a sus espaldas, esta ONG palentina ha logrado lo que parece imposible, que la risa florezca en los lugares donde reinan la incertidumbre, el dolor o la soledad. Bajo la dirección artística de Carlos Herrero, un grupo de seis personas -dos en gestión y cuatro sobre el terreno- recorren hospitales y distintas residencias de la provincia con un único objetivo: aliviar el alma a través del humor. Lo hacen sin estridencias, sin focos, sin aplausos. Solo con una nariz roja, una maleta cargada de ternura y un corazón dispuesto a escuchar.
Ser payaso terapéutico no es disfrazarse y hacer reír. Es un arte que exige sensibilidad, compromiso y una formación continua. “Esto es un estudio de por vida”, dice Carlos Herrero, que empezó su camino hacia la risoterapia tras un encuentro casual con un payaso alicantino. Aquel momento lo llevó a conocer a un prestigioso grupo de payasos hospitalarios en Murcia. Fascinado por la disciplina, Carlos se sumergió en el aprendizaje de técnicas escénicas como el mimo, los malabares y la improvisación, todo combinado con una gran carga emocional.
“La clave está en lo que nace del corazón”, explica. En un entorno como el hospitalario, cada gesto debe estar cargado de sentido. Aunque parezca espontáneo, cada movimiento está medido, ensayado, cuidado. “Ensayamos para que, si un niño quiere abrazarte y se le puede caer el suero, eso no pase”. En doce años de intervención, no han tenido ni un solo incidente. Un logro que habla por sí solo del nivel de preparación y del respeto con el que abordan cada visita.
El entorno hospitalario podría parecer antagónico al humor. Sin embargo, para Carlos es justo lo contrario. “El hospital tiene algo especial, una energía distinta. Es mágico”. Allí, los payasos no actúan para un público pasivo, sino que interactúan, conectan, escuchan y responden. “Con los niños, basta ponerse la nariz para que el clown conecte con su niño interior. Ahí ya estás de tú a tú”, cuenta. Este vínculo genuino transforma la atmósfera. Donde antes había miedo, aparece la risa; donde había silencio, surge la palabra.
No son pocas las veces que un niño, tras días de aislamiento emocional, ha vuelto a sonreír gracias a estos encuentros. “Hay efectos reales y medibles”, asegura Carlos, refiriéndose a los múltiples estudios que avalan la risoterapia y es que esta disminuye la ansiedad, fortalece el sistema inmune, mejora el estado de ánimo y reduce la percepción del dolor.
Aunque su labor comenzó centrada en el área pediátrica del hospital, con el tiempo Cazasonrisas amplió su radio de acción a las residencias de mayores. Y aunque el público cambia, la esencia permanece. “Los mayores son como niños, pero con más arrugas y más historia”, dice Carlos con ternura. El abordaje, sin embargo, es distinto. En las habitaciones de hospital, las visitas son más íntimas, controladas, con coordinación estrecha con el personal médico. En las residencias, en cambio, hay espacio para actividades grupales, canciones, bailes y dinámicas colectivas.
La clave, como siempre, es la constancia. “A veces necesitan varias visitas para cambiar el chip, para dejarse llevar”, explica. Pero una vez superada esa barrera, los resultados son igualmente conmovedores. “Incluso en los días nublados, cuando están más apagados, conseguimos arrancarles una sonrisa”. Precisamente, este clown palentino tiene entre sus anécdotas gratos recuerdos. “Estábamos cantando una canción sobre el sol y, de repente, un trueno nos interrumpió. Los mayores se levantaron corriendo, riendo como niños. Fue un momento de pura vida”.
Detrás de cada sonrisa provocada, hay un gran esfuerzo emocional. Ser payaso terapéutico también implica enfrentarse al dolor, a la pérdida, al sufrimiento ajeno. Carlos lo tiene claro: “Tienes que haber trabajado tus propias emociones para poder hacer reír de verdad. Si no, te desbordas”. Por eso, el equipo cuenta con el apoyo de una psicóloga y una metodología que cuida también a los cuidadores. En ocasiones, las despedidas son duras. En las residencias, no es raro llegar un día y descubrir que alguien que te recibió con una sonrisa la semana anterior ya no está. “Eso te remueve, pero también te hace valorar aún más el trabajo que hacemos”.
En Murcia, los payasos hospitalarios incluso acompañan a niños en sus últimos momentos, entregándoles una nariz roja como símbolo de amor y conexión. En Palencia, aunque no suelen vivir situaciones tan extremas, la carga emocional también está presente.
El impacto de Cazasonrisas va más allá de los pacientes. Las familias, testigos del bienestar que provoca la visita de los payasos, se convierten en cómplices. “Son nuestros aliados. Les ves sonreír cuando sus hijos ríen, cuando sus padres se animan”, dice Carlos. Incluso el personal sanitario, inicialmente más reticente, ha acabado dejándose llevar por la magia del clown. “Hemos tenido médicos bailando con la ‘doctora Revoltosa’ en los pasillos. Son momentos que no se olvidan”. Durante la pandemia, cuando las visitas presenciales estaban prohibidas, buscaron alternativas. Desde vídeos personalizados hasta actuaciones en los patios del hospital, siempre encontraron una forma de estar presentes. Porque la risa, más que un acto, es un compromiso.
Para Carlos, este viaje ha sido profundamente transformador. “Ser payaso terapéutico me ha dado una nueva mirada sobre la vida. Me ha sostenido emocionalmente”, confiesa. Cada intervención, cada sonrisa conquistada, es un peldaño más en una escalera que sube hacia la esperanza.
Con nuevos proyectos en marcha, como la organización de un segundo Congreso de Payasos en Palencia y programas de formación abiertos al público, Cazasonrisas sigue creciendo. Su objetivo: formar a nuevos payasos, contagiar su filosofía y seguir llevando alegría allí donde más se necesita porque como dice Carlos, “lo que funciona de verdad es lo que sale del corazón”. Y en Palencia, el corazón late fuerte, al ritmo de carcajadas sinceras que, sin hacer ruido, curan.