Museo y casa taller 'Herminio Revilla' en Villabellaco (Palencia)

En Villabellaco, Herminio Revilla, un artista de 82 años, ha dedicado su vida a tallar el alma de la Montaña Palentina, pero su legado enfrenta el silencio de un relevo que no llega

Jesús García-Prieto / ICAL

En la pequeña localidad de Villabellaco, al pie de la Montaña Palentina, el aroma a madera noble impregna el aire. Aquí, en una casa-taller, Herminio Revilla, de 82 años, ha construido un santuario de memoria y arte. Inaugurado el 28 de julio de 2013 en la casa donde nació -“y eso lo hace especial”, dice con orgullo- es un testimonio vivo del mundo rural que lo formó. Más de 600 esculturas y 60 maquetas móviles, todas surgidas de sus manos y maderas autóctonas, narran los oficios, tradiciones y paisajes de la Montaña Palentina. “Es un reflejo de nuestro pasado en nuestro mundo rural”, explica Herminio con su voz teñida de nostalgia y urgencia. Pero hay algo que cada vez le preocupa más, como si una sombra lo persiguiera, la falta de un relevo que preserve su legado, un temor que pesa más que los años.

Herminio nació en 1943 en esta misma casa, entonces una estructura humilde sin luz ni agua corriente. “Prácticamente desde que nací. Esto es como una enfermedad”, confiesa, evocando cómo descubrió su pasión por la madera. En un pueblo donde no había televisión, su entretenimiento era observar a su padre tallar herramientas para la labranza. “Yo veía aquí a mi padre que hacía herramientas para la agricultura, entonces tuve esa suerte. Ahí empezó la afición”, recuerda. A los 10 años, con una navaja rudimentaria, esculpió su primera obra: una cadena tallada en una sola pieza de madera. “Está hecha a punta de navaja, trabajando en un palo de madera de una sola pieza”, dice sonriendo mientras señala la pieza que aún conserva. Otras tantas obras no corrieron la misma suerte, pero desde entonces, su vida ha sido un diálogo con la madera, un deseo que lo ha impulsado a mejorar con cada creación. “Es como una especie de vicio y tú mismo te ves satisfecho”, añade con una chispa en los ojos que desmiente su edad.

El museo, integrado en la Red Museística de Castilla y León como Centro de Interpretación del Patrimonio Cultural, es el fruto de más de 60 años de trabajo. Todo comenzó en Aguilar de Campoo, en el sótano de su casa, donde Herminio y su esposa, Carmen Gómez, su pilar inseparable, dieron los primeros pasos. “Fue una pasión que ha ido creciendo y creciendo”, relata, hasta que pasaron a un local comercial en la villa galletera y luego a Barruelo de Santullán, donde el museo tuvo su sede entre 2001 y 2013.

En Villabellaco, bajo la divisa ‘Arte en madera y movimiento’, las esculturas de Herminio, de olmo, roble, peral, reviven un pasado rural que él conoció de primera mano y cobran vida al paso de los visitantes. “La mayoría de las tallas están hechas de una sola pieza”, explica destacando su compromiso con la autenticidad. Un batán que recrea el trabajo textil, un molino harinero movido por agua, una maqueta de la matanza del cerdo: cada obra es un homenaje a los oficios que vio en su juventud. “Cosas que vi en mi juventud, como los batanes o el recorrido por el Canal de Castilla”, dice señalando una maqueta que cobra vida con un pulsador.

Carmen ha sido su apoyo inquebrantable a lo largo de los años. “Siempre tuve, siempre lo he dicho, el por qué de las cosas. Mi mujer siempre me ha apoyado en todo”, confiesa. Entre las obras que más atesora está una escultura a tamaño real de Carmen, tallada con un amor que trasciende la madera. “Ella es quien me ha dado siempre apoyo y respaldo”, dice su voz suavizada por la gratitud. Pero el museo también deja entrever otras piezas que son igual de personales para Herminio: sus padres, labradores que vivieron en esta casa hace 60 o 70 años, están inmortalizados en dos estatuas. “Es la típica pareja de enamorados que había por esta zona acompañados con un perro”, describe señalando las herramientas que sostienen, fieles a su vida diaria. Cada escultura lleva una frase o refrán. “Siempre me gustaron mucho los refranes”, admite Herminio, que resume su mensaje, un intento de que la obra hable por sí misma. “Traté de que cada trabajo, sin necesidad de poner ningún texto, nos diga algo”, explica.

El museo es un viaje al pasado, pero también una lección de ingenio. Las maquetas, accionadas por pulsadores, muestran desde el Canal de Castilla hasta una herrería o el nacimiento de un pollito. “Hay maquetas movidas por agua, otras por electricidad”, detalla Herminio, fascinado por el movimiento. El Patio de las Energías, en el portalón de la casa, enseña cómo el agua, el viento o el sol generan electricidad, una idea que conecta con su otra pasión: la electrónica. “Estudié con los Maristas en Barruelo. Fue cuando me empezó a gustar la electricidad”, recuerda. Autodidacta, estudió por correspondencia un título en radio y electrónica, trabajando 40 años en la fábrica de Fontaneda. “He tenido una gran satisfacción y una gran suerte ya que siempre he disfrutado trabajando”, dice. Su colección de radios antiguas, todas funcionales, y válvulas de radio desde 1947, son un guiño a esa faceta. “El descubrimiento del transistor fue uno de los inventos más generosos que ha habido en el mundo”, afirma mientras se pregunta qué habría sido de nosotros sin este fundamental invento.

El recorrido por el museo que comienza en la calle, donde esculturas monumentales dan la bienvenida, se queda corto en una hora ya que Herminio detalla con pasión cada figura, cada talla como si las estuviera elaborando en el momento de la visita. “Vemos unos símbolos que representan el átomo, muy importante”, explica Herminio, señalando las tallas que representan energías como el agua, el carbón o el sol a la entrada del museo junto a un hombre de madera de más de tres metros que indica la entrada del local a los forasteros como nosotros. En el jardín, estatuas de olmos celebran la conexión con la naturaleza. “Nos enseña lo importante de la madera de árboles ya desaparecidos”, dice. Durante el recorrido por el mismo jardín, dos puertas de hace 200 años, herencia familiar, separan a hombres y mujeres con curiosos mensajes. “Estuve a punto de quemarlas, pero decidí que algo así tenía que seguir acompañándome”. El museo refleja Palencia en cada rincón: los ríos Carrión y Pisuerga, los molinos, las fábricas de harinas, las de mantas. Todo tiene un porqué… “Los molinos muelen el trigo y generan electricidad en los batanes que mueven el agua”, describe activando una de sus múltiples maquetas dando al interruptor. Una sala de dioramas muestra el Canal de Castilla y la mina de Barruelo, mientras otra pieza recuerda la lucha por salvar Fontaneda, un eco de la resistencia palentina hace más de 20 años.

Herminio es un narrador nato. Cada obra, explica, está “milimétricamente estudiada, copiada punto por punto del original”. Su inspiración vino de Eugenio Fontaneda, cuyo ejemplo quiso emular. Desde un parque eólico de 1999 hasta una pieza que recorre la historia de la humanidad desde sus comienzos hasta lo que cree que pasará en el futuro, “una revolución de las máquinas”, pronostica como si de una novela de Asimov se tratara ya que su obra abarca lo local y lo universal. “Traté de hacer cosas distintas, diferentes tipos de escultura, con humor, con variedad”, explica. Otra talla une los escudos de las nueve provincias de Castilla y León, mientras monumentos palentinos brillan en otra de las tallas de madera. “La provincia de Palencia se ve en todo momento reflejada,” afirma, orgulloso de su tierra, la que le vio nacer.

Pero bajo esta pasión late una herida. “Estamos tratando de que el día de mañana esto siga teniendo utilidad”, dice su voz quebrándose. A sus 82 años, Herminio quiere que su obra, su labor no quede en el olvido. “Me gustaría que se hiciera cargo alguna institución, estamos pensando en crear una fundación”, confiesa. Han pedido apoyo, pero sienten que su obra, “un museo único” que “no se ve en ninguna parte,” es ignorada. “Es lamentable que este lugar sea aún desconocido para algunas de nuestras figuras políticas”, lamenta. Su mayor dolor, sin embargo, es la falta de un relevo. “Lo que quiero es que esto siga. Hemos dedicado toda nuestra vida y pasión por esto”, dice repitiendo: “Es un reflejo de nuestro pasado”. Pero los jóvenes, observa, han perdido la curiosidad que él nunca abandonó. “Es una pena que la juventud no siga conservando esa curiosidad de cuando apenas tenemos cinco años”, reflexiona. A buen seguro y de haber nacido en otro lugar, el nombre de Herminio Revilla sería conocido por todos y gozaría, tanto él como su obra, de la popularidad que se merece.

Un autodidacta incansable 

“Empecé con la madera y la electrónica desde que era un crío y así he seguido, aprendiendo y mejorando”, dice Herminio, que no ha parado de aprender desde que diese rienda a su imaginación con tan solo diez años. Su vida ha sido una búsqueda del “por qué de las cosas”. Pese a ser el mayor de una familia numerosa y trabajar desde los 14 años, nunca dejó de aprender. “Soy un ‘drogadicto’ del taller y aproveché todo tipo de madera que cayó en mis manos”, bromea entre risas. Su amor por la soledad no le ha impedido rodearse de mentes curiosas. “Siempre he estado cerca de gente con quien sabía que podía aprender algo” dice. Y es que durante el transcurso de su vida se ha dado de bruces con personas tan importantes para la Montaña Palentina como Piedad Isla, con quien mantuvo una grata amistad y la pasión por poner el nombre de Palencia en el mapa.

El museo, visitado por gentes de León, Burgos, Cantabria y la propia provincia sobre todo, es un acto de resistencia contra el olvido. “Lo más importante de la vida es vivirla, no lo olvides. Y yo la he vivido porque he disfrutado haciendo todo lo que he querido”, reconoce Herminio con una voz llena de convicción. Pero el futuro es incierto. “Si aquí no pueden estar estas tallas, a mí no me importaría”, dice sugiriendo lugares como el Museo del Agua en Palencia con la esperanza de que su obra permanezca impasible al paso del tiempo y no se desvanezca. De momento, en Villabellaco, Herminio Revilla sigue creando, dando vida a historias mientras espera que su legado vea en la madera un pedazo de la eternidad con la que comenzó a crear.

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