Editorial de noviembre 2025
Hay palabras que no suelen aparecer en los grandes discursos, pero que aquí, en Palencia, tienen un peso especial: abrir, madrugar, resistir, cuidar. Son verbos sencillos, casi invisibles, pero detrás de ellos se sostiene buena parte de nuestra vida económica y social. Cada vez que alguien levanta la persiana de su tienda, pone en marcha su camión, abre el portón del taller o enciende la luz del obrador, está defendiendo una manera de entender el trabajo que no se mide en cifras, sino en compromiso.
Nos hemos acostumbrado a pensar que el valor está en lo grande. En las empresas con nombres sonoros, en los proyectos que salen en los telediarios, en las decisiones que se anuncian desde lejos. Pero basta recorrer la provincia para descubrir que lo que mantiene vivo este territorio no es lo espectacular, sino lo constante. Lo que ocurre sin ruido, pero todos los días. Lo que no necesita escaparates para demostrar su importancia.
Hay en Palencia cientos de pequeños negocios, autónomos, cooperativas, explotaciones familiares o talleres que no paran. No porque sea fácil, sino porque creen en lo que hacen. Y esa creencia, tan simple y tan profunda, es el cimiento sobre el que se construye el futuro. Frente a la incertidumbre de los mercados o la frialdad de los datos, está la certeza del trabajo bien hecho, la palabra cumplida, el esfuerzo compartido.
Cuando hablamos de economía local, no hablamos solo de números. Hablamos de personas. De quienes asumen riesgos, invierten en su tierra y mantienen la esperanza incluso cuando los titulares no acompañan. Hablamos de mujeres y hombres que no buscan ser ejemplo, pero lo son. Que no levantan la voz, pero sostienen la conversación colectiva que nos permite seguir siendo comunidad.
En tiempos de cambios vertiginosos, de tecnologías que prometen resolverlo todo, quizá convenga recordar que lo esencial sigue siendo humano. Que ninguna inteligencia artificial podrá sustituir la confianza entre vecinos, ni la red de vínculos que une a quien produce, vende, repara o enseña. En un mundo que corre, Palencia representa, todavía, el valor de detenerse a hacer las cosas con sentido.
Defender lo pequeño no es resignarse: es comprender dónde está la raíz. Es saber que el crecimiento verdadero nace de lo que ya tenemos cerca. Que una provincia fuerte no se construye con grandes anuncios, sino con decisiones diarias, a menudo silenciosas, que suman en la misma dirección.
Ojalá sepamos mirar con otros ojos lo que ocurre cada día a nuestro alrededor. Porque ahí, en esa suma de pequeños gestos, está la verdadera inversión que nos hace avanzar. No la que se mide en euros, sino la que se traduce en futuro, en identidad, en orgullo de pertenencia.
Porque lo pequeño no es sinónimo de poco, sino de esencial. De aquello que permanece cuando todo cambia, de lo que sostiene sin pedir reconocimiento. En esa discreción está nuestra fuerza: la de un territorio que, sin alzar la voz, demuestra cada día que el valor también vive en lo cercano.
Y eso, ese modo discreto, paciente y firme de entender la vida y el trabajo, sigue siendo, hoy más que nunca, el valor de lo pequeño.


