Vanessa Pérez abrió una tienda de alimentación en Eras del Bosque con la idea de dedicarse a lo que más le gustaba: el trato directo y cercano con las personas

La famosa pirámide de Maslow establece cuáles son las necesidades básicas que impulsan la conducta humana. En primer lugar, las fisiológicas, como la alimentación. Después, la seguridad y, en tercer lugar, la interacción social con los demás. En la parte superior están el reconocimiento y la autorrealización. Vanessa Pérez vive cada día con una conciencia especial de todas esas necesidades. Hace siete años, cuando terminó de estudiar, se dio cuenta de que quería dedicar su vida a su verdadera vocación: el trato cercano con las personas. Había trabajado como guía turística, en hoteles, museos, comercio… Y en todo ese bagaje, había descubierto que le apasionaba el contacto con el público. Así que decidió abrir una tienda. «No sabía nada del sector de la alimentación», confiesa, pero se decidió por él precisamente para poder dar servicio de aquello que más falta nos hace: la comida.

Así montó, hace ahora 7 años, su pequeño establecimiento frente al Centro de Salud Eras del Bosque, con un sugerente nombre: ‘PanTojar El Paladar’, paladeando y saboreando los conceptos ‘pan’ y ‘antojar’. Apenas recibió ayuda de la administración, pero se dejó guiar por su instinto, la experiencia de los proveedores y, sobre todo, por la voz de los primeros clientes que acudieron a comprar a su tienda.

No lo tenía fácil: abría sus puertas en una zona con alta densidad de tiendas de alimentos y, sobre todo, muy cercana a grandes supermercados. Pero las mañanas en este barrio son bulliciosas y llenas de vida, por lo que pronto fue acogida por sus clientes. A base de observarles aprendió a conocer su propio género y, poco a poco, adaptó su oferta no solo a las necesidades, sino a los gustos de las personas que acuden al PanTojar. «Llegas a conocer mucho qué le gusta a cada uno, aunque no sean clientes habituales», admite. Un conocimiento para el que es preciso una cualidad que no todo el mundo tiene: saber escuchar. «Confío muchísimo en el criterio de los clientes. Si un día las manzanas que llevan habitualmente saben más ácidas, me encanta que me lo cuenten, porque solo ellos pueden darme la información que necesito».

La pandemia puso a prueba todo el aprendizaje de los seis años anteriores. De pronto, Vanessa Pérez se encontró ante el miedo, la incertidumbre y el dolor de esos clientes a los que cuida por vocación. Le tocó, en primer lugar, lidiar con la psicosis inicial ante un posible desabastecimiento, explica recordando aquel 15 de marzo de largas colas en la calle. «Traté de transmitir la máxima tranquilidad, porque mis proveedores me informaban de que no se iba a interrumpir el suministrio alimentario».

Pasadas las peores semanas, su labor fue devolver a sus compradores esa confianza que hasta ahora le habían transmitido a ella. Escuchar, compartir o, muchas veces, consolar. «Han sido muchos los momentos de lágrimas», dice. «Te hablaban de pérdida de familiares, de cómo añoraban a sus hijos, que no podían visitar… Yo no estaba mejor, pero trataba de transmitirles ánimo».

Así, sin darse cuenta, Vanessa cubría otras necesidades básicas de sus clientes: la seguridad y el reconocimiento. Experiencias compartidas que han conducido a esta valiente emprendedora hasta la cúspide: la autorrealización. Por eso, cumple su sueño cada día con una sonrisa bien grande.

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