“Perdida en el Planeta China”, por Marta Sastre Barrionuevo (Periodista / Piloto)

Achuchando que es gerundio

Este mes quiero invitarles a viajar conmigo a uno de los países que más me ha sorprendido en mucho tiempo: China. Siempre me despertó gran curiosidad su cultura y, con esa misma inquietud, me empeñé en que mis hijos la estudiaran desde que tenían 2 añitos.

Durante varios veranos asistieron a cursos intensivos de chino, rodeados de niños locales que necesitaban reforzar su gramática. Reconozco que entonces se enfadaban conmigo, porque las clases no resultaban demasiado divertidas. Hoy, en cambio, parece que agradecen aquella experiencia… o al menos eso me dicen, quizá para que les deje tranquilos.

El primer día en China, mis ganas de descubrirlo todo pudieron más que cualquier plan organizado. Guardé la ubicación del hotel y me lancé a caminar sin mirar atrás. Lo primero que encontré fue un mercado de comida. Allí me sorprendieron huevos azulados y amarillentos, patos con el pico a la barbacoa, carnes de animales que ni me atrevería a adivinar, además de los omnipresentes pollos y piezas de cerdo. Llamaba la atención, sobre todo, la abundancia de patas de pollo, consideradas toda una delicatessen.

La fruta, en cambio, fue una auténtica maravilla: higos dulcísimos y uvas enormes de un verde casi fosforescente. Todo era sorprendentemente barato. Pero lo que más me impactó fue el olor: tan penetrante y desagradable que me vi obligada a taparme la nariz constantemente. A ello se sumaba la falta de higiene, con la carne expuesta al aire libre en medio del calor húmedo y sofocante.

Por fortuna, la experiencia gastronómica dio un giro cuando cenamos en algunos restaurantes locales. Allí descubrí otra cara de la cocina china: platos frescos, sabores exquisitos y precios más que asequibles.

En cuanto a las ciudades, Chengdú me impresionó como un lugar en plena construcción, lleno de rascacielos que parecían levantarse como piezas aisladas, sin una armonía clara, aunque reflejando con fuerza la energía de un país que no deja de crecer y transformarse.
Mi improvisada excursión pronto me hizo comprender que el calor y la humedad eran bastante difíciles de sobrellevar durante una caminata tan larga. Busqué refugio en la primera cafetería que encontré. Allí, era la única extranjera y todos me miraban como si fuera un unicornio. Saqué mi preciada tarjeta de crédito y los ojos de la amable camarera pasaron de ser dos rayitas a enormes círculos de sorpresa infinita: ¿qué era ese objeto rectangular que sostenía en mi mano con una sonrisa en los labios?

Pronto comprendí que en China la tarjeta de crédito no se usa prácticamente, y que nadie -repito, nadie- hablaba inglés. La sed era insoportable y mi caminata se convirtió en cinco horas de búsqueda del camino de regreso al hotel. La desesperación me llevó a entrar en el primer hotel que encontré y pedí una botella de agua, mostrando de nuevo mi tarjeta con una vergüenza inmensa. “No, en este hotel no trabajamos con esos plásticos”, me dijeron, aunque fueron amabilísimos y, usando WeChat y mucha buena intención, logramos entendernos. Me fui de allí con dos botellitas de agua como premio de consolación y una sonrisa en la cara.

Descubrí que allí se paga con Alipay, una aplicación que te pide hasta el horóscopo y la talla de zapato antes de aprobarte. Una vez lo logras, ya puedes pagar con el móvil y un QR como todo hijo de vecino.
Eso sí, caminar por China es deporte extremo: las motos suben a la acera, los coches se saltan los semáforos, y tú acabas sintiéndote como protagonista de Frogger versión humana.

Y los jóvenes… ¡los jóvenes son un espectáculo! Lentillas enormes, plataformas, ropa de dibujos animados… parece un desfile manga en cada esquina. Fascinante y surrealista. Es como una sociedad infantilizada e inocente que disfruta de horas de preparación antes de salir a la calle a compartir el resultado.

En cuanto a mascotas, si tenemos en cuenta que Chengdu alberga aproximadamente 21 millones de habitantes, y cierto es que no alcancé a conocerlos a todos personalmente, sólo conseguí encontrarme con 5 perros en 4 días. No digo nada y lo digo todo.
Finalmente llego al hotel, cansada, sudada, pero feliz. Aprendo mucho, me rio de mis peripecias y confirmo que China es un maravilloso país que no se olvida fácilmente.

Con P de planeta y es que Señores/Señoras, nuestra vida apenas alcanza para rozar todo lo que el mundo guarda para nosotros, para explorar, para asombrarnos y perdernos en su misterio. Y si viajar no es lo suyo, no se preocupe, ya se lo cuento yo.

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