El paisaje castellano es cambiante. No es igual ni perdura inalterable en el tiempo cada día. En realidad los paisajes en general son siempre cambiantes. Pero en nuestra tierra es especialmente diverso. No hay día igual. No hay un cielo igual a otro, no hay un amanecer ni un atardecer que proyecten la misma luz. Es curioso que sobre el paisaje generalmente terracampino sobrevuelen ciertos tópicos y adjetivos peyorativos, normalmente fruto de una acusada ignorancia, y se diga que es un paisaje pobre, seco, soso o lánguido. Y lo grave no es que eso lo opine alguien que no ha salido de la autovía cuando pasa por Tierra de Campos, lo grave es que personas que hemos nacido aquí, nos quedemos sin contestar a estas acusaciones o incluso lo reafirmemos.

Algo hemos hecho mal culturalmente y educacionalmente hablando, cuando no sabemos contestar con contundencia a este tipo de comentarios.

Creo que no se nos ha educado a mirar al paisaje de nuestra tierra con justicia. El paisaje de nuestra tierra no es pobre, es diverso; no es soso, es extenso y poderoso; no es seco, pues lo cruzan importantes ríos y canales que dan de beber a uno de los territorios de cultivo más extensos de toda Europa. Y no es lánguido, es fértil, extenso y abundante.

Las formas que delimitan las linderas, las rectas y curvas que dibujan sus caminos, las ondulaciones que oscilan en el horizonte como las olas del mar… Están todo el año, pero es que además, según la estación, según el mes y según el día, la escala cromática varía.

Y si además tenemos la suerte de que caiga una gélida cencellada, tendremos un paisaje único que nos transporta a lugares de ensueño. De hadas, seres mágicos y cuentos que se pierden en la noche de los tiempos. Quizás nos falta eso, algo de literatura en todo esto. Quizás a nuestros niños y niñas hay que volverles a contar cuentos de nuestra tierra, sacarles al campo, detenerles para que observen, enseñarles a mirar, a escuchar, y explicarles que habitan en uno de los lugares más bonitos, diversos, y con más historia de todo el planeta Tierra. Y si el paisaje de la meseta tiene esa morfología es porque sus antepasados tuvieron que sudar lo que no está escrito para alimentar a decenas de generaciones de personas de medio mundo, pues es cierto que faltan árboles en la meseta, pero nunca faltó el pan gracias a su sacrificio.

Miguel Sánchez González
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