Esta mañana he estado caminando por la Quinta Avenida de Nueva York con uno de mis compañeros, porque si hay algo que me encanta de mi trabajo es la posibilidad de conocer gente estupenda en cada vuelo. Íbamos los dos camuflados entre todos los turistas que pasean con la cabeza hacia arriba, generando tortícolis varias y embebidos en la belleza de ese enjambre de rascacielos impresionantes que jamás dejan de sorprendernos. De repente, hemos parado un momento para admirar el nacimiento de todo, el símbolo del espíritu innovador y la ambición de Nueva York a principios del siglo XX: el Flatiron, que a pesar de estar rodeado de un andamio gigante sigue siendo un icono y se mantiene igual de regio y formidable que cuando se inauguró. Y entre edificio y edificio, entre manzana y manzana (hablo de las calles, no de iPads, ni teléfonos, ni de frutas prohibidas), nos daba tiempo para hablar de lo humano y lo divino, de filosofar y arreglar el mundo.
Jimmy es una de esas personas que te enamora en cuanto le ves entrar en una habitación -en nuestro caso, en una sala de briefing-. Su alegría y sus ganas de vivir se contagian, y ahora que tengo unos añitos, admito que es la gente de la que me gusta rodearme: gente que se bebe la vida sin prejuicios, que disfruta de las pequeñas cosas y que te da cariño incluso sin conocerte. Curiosamente, Jimmy (su nombre y su aspecto físico le delatan) no es español de nacimiento; su país de procedencia es Dinamarca, pero tiene el alma gamberra del españolito de a pie. De hecho, siempre se ha dicho que Dinamarca es el país latino de Escandinavia, y algo de eso habrá ayudado a forjar su personalidad.
A sabiendas de su orientación sexual, le pregunté cómo se dio cuenta de que le gustaban los hombres y no las mujeres. Hoy en día por fin se ha normalizado, pero hace pocas décadas todavía era complicado exteriorizar que te sentías atraído por una persona del mismo sexo sin sentir miedo al ostracismo o a la burla más ruin.
Él me comentó que, siendo muy niño, se sorprendió a sí mismo soñando con que era salvado por el príncipe del cuento y no por la princesa, y que le encantaba esa sensación. Tiempo después, escuchaba cómo todo el mundo hablaba de la niña más guapa de su clase, pero a él no le llamaba la atención; era el chico más popular el que le atraía. Sin embargo, no le dio importancia hasta que un día un chico se le acercó y le dio un beso en los labios. Ese día entendió qué era lo que le gustaba.
Al parecer, a los pocos días su madre le comentó que se había enterado de que iba besándose con los chicos en la discoteca, y mi compañero no se lo negó. La reacción de su madre fue maravillosa, y él se sintió arropado y, sobre todo, normal. Su madre solo le pidió que se lo comentara a su padre, y su padre le dio la respuesta más genial que he escuchado en mi vida: “Hijo, perdóname, pero no lo entiendo, aunque lo respeto”.
Y su vida continuó como si nada, y sus padres demostraron lo que es el amor incondicional, ese que no marca, no traumatiza, te deja pasar por la vida sin miedo a ser tú y que te pone una sonrisa en la boca. Ese amor, en fin, que te enseña a tener empatía y a ser misericordioso con tus semejantes -sin juzgarlos, sin herirlos-, ese que te enseña a quererte y a reírte de ti mismo si es preciso.
Y por todo esto, este artículo te lo dedico a ti, Jimmy, por ser como eres, por nuestras risas inmaduras e inocentes, para que no cambies nunca, y a tus padres, que se adelantaron a su época y supieron arropar a su hijo sin prejuicios ni estigmas. Espero que este artículo ayude a esos progenitores que están perdidos y no saben cómo reaccionar cuando sus hijos se abren en canal y les cuentan algo que no les encaja. Por favor, no los juzguen, acompáñenlos en la vida, y sus hijos se lo agradecerán eternamente. Criemos hijos felices y seguros de sí mismos, y la convivencia será mucho mejor.
“Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar
ni siquiera en sueños.”
—Khalil Gibran (poeta)
Con P de padres.