Un soplo de aire fresco desde la Montaña Palentina

Ana Llavador trabajando con vidrio en su taller en Guardo
Ana Llavador, artesana del vidrio, transforma su taller en un espacio creativo en Guardo. / Lucía Burón (ICAL)

La artesana del vidrio, Ana Llavador, convierte Guardo en un referente creativo donde tradición, innovación y territorio se funden a través del fuego

Jesús García-Prieto / ICAL

En la localidad palentina de Guardo, una población marcada durante décadas por la minería y la industria, hay un fuego que no se apaga, que no viene de las antiguas chimeneas ni de los pozos cerrados, sino de un horno donde el vidrio alcanza temperaturas extremas para transformarse en arte. Allí trabaja Ana Llavador, vidriera, artista y emprendedora, una de las grandes referentes del vidrio contemporáneo en España. Desde su taller y tienda, bajo el nombre de Vidrio Llavamar Guardo, ha conseguido que un oficio ancestral dialogue con el presente, el territorio y el mundo.

La historia de Ana es, ante todo, una historia de fidelidad al material, al oficio y al territorio. Afincada en esta población del norte de Palencia desde que tenía apenas un año, su vida personal y profesional están profundamente ligadas a este municipio, un lugar marcado durante décadas por la minería y la industria, y que hoy busca nuevos caminos tras el cierre de los pozos. En ese contexto, el vidrio aparece como una alternativa inesperada, casi poética, que ha permitido resignificar el presente y proyectar futuro.

Ana Llavador trabajando el vidrio en su taller en Guardo
Ana Llavador, artesana del vidrio, crea arte en su taller en Guardo. / Lucía Burón (ICAL)

El punto de partida se sitúa en 1998, un año clave tanto para Ana como para Guardo. Fue entonces cuando se instaló en la localidad una Escuela de Vidrio vinculada a la Fundación Centro Nacional del Vidrio de La Granja de San Ildefonso. Aquel proyecto formativo, hoy desaparecido, funcionaba como una escuela-taller y ofrecía una oportunidad única en un entorno donde las opciones educativas especializadas eran escasas.

“En el 98 empezó la escuela y empecé yo también”, recuerda Ana. Durante dos años se formó en técnicas de vidrio en frío y en caliente, aprendiendo talla, grabado y decoración. Eran trabajos minuciosos, precisos, que exigían paciencia y constancia. Sin embargo, algo empezó a removerse en su interior cuando descubrió el vidrio en caliente. “Cuando vi que el vidrio, con una temperatura determinada, llegaba a fundirse y podía transformarse, pensé: esto es como magia”, explica.

Ese momento marcó definitivamente su carrera. Aunque la formación que recibió en Guardo no era oficial, sentó las bases de una vocación que ya no tendría marcha atrás. “Yo me di cuenta de que eso era lo mío”, afirma. Pero lejos de conformarse, decidió seguir formándose, consciente de que el vidrio era un mundo complejo y exigente.

La inquietud por aprender llevó a Ana a la Escuela de Arte de León, donde cursó los estudios oficiales de técnica superior en vidrio artístico, uno de los pocos lugares en España donde se imparte esta especialidad. “Mi inquietud era estudiar de verdad”, señala. Ese paso fue fundamental para dotar de rigor y solidez a su trayectoria. A partir de ahí, su vida se convirtió en un continuo aprendizaje. Cursos, talleres y estancias formativas en distintos centros especializados completaron su formación inicial. La Fundación Centro Nacional del Vidrio, el Centro Nacional del Vidrio de Barcelona y otras instituciones fueron ampliando su horizonte técnico y conceptual.

Sin embargo, para Ana el aprendizaje nunca se limitó a las aulas. Muy pronto entendió que el vidrio es un lenguaje universal y que viajar era una forma de crecer como artesana y como artista. Finlandia, Suecia, Dinamarca, Polonia, Francia, República Checa, Italia o Estados Unidos forman parte de un itinerario vital marcado por el fuego, los hornos y el intercambio con otros profesionales.

Ana Llavador trabajando el vidrio en su taller en Guardo
Ana Llavador trabaja con pasión en su taller en Guardo. / Lucía Burón (ICAL)

Entre todos esos destinos, Corning, en Nueva York, ocupa un lugar especial ya que está considerado como uno de los grandes epicentros mundiales del arte del vidrio, este enclave dejó una huella profunda en su manera de entender el oficio. “Lo que tienen allí es absolutamente increíble. Estamos hablando de otros niveles”, afirma. “Aquella época me trae muy buenos recuerdos a la mente”, reconoce con cariño. “Esa experiencia me ayudó a conocer mejor el vidrio americano con el que trabajo en la actualidad. De hecho, el material me lo envían desde Colorado”, explica, a la vez que se lamenta por culpa de los aranceles impuestos por Donald Trump.

Un viaje que le supuso un cambio radical en su vida profesional del que incorporó imágenes, ideas y, sobre todo, una nueva concepción del vidrio como disciplina artística contemporánea. El vidrio americano de color con el que trabaja habitualmente cuenta con un material muy valorado por su resistencia, brillo y transparencia como el borosilicato. Es una de las pocas profesionales en España que lo utiliza de forma constante, y que importa directamente. “Tiene un juego, un brillo y una transparencia que me apasionan”, explica.

Polonia fue otro de los países que más influyeron en su producción actual. Allí aprendió la técnica tradicional del soplado de bolas de Navidad, una artesanía profundamente arraigada en la cultura europea. “En Polonia, en pleno agosto, ves bolas de Navidad por todas partes”, cuenta. Hoy, esas piezas se elaboran íntegramente en su taller de Guardo y se han convertido en uno de los productos más reconocidos y demandados de Vidrio Llavamar Guardo.

Concentración absoluta

El taller de Ana Llavador es un espacio de concentración absoluta. Allí, el tiempo parece detenerse. El vidrio no admite prisas ni distracciones. “El vidrio se trabaja en caliente y si paras se te puede estropear todo”, explica Ana. Por eso organiza su semana con disciplina. De lunes a jueves los dedica casi por completo a la creación, trabajando sola, inmersa en el proceso. Los viernes abre la tienda y se pone en contacto con el público. “La gente quiere saber cómo he hecho esa pieza, qué hay detrás, por qué”, señala. Para ella, vender no es solo una transacción, sino un acto de comunicación y de pedagogía. Su jornada comienza temprano, a veces demasiado. “Si se me ocurre alguna idea por la noche, me tengo que levantar antes porque ya no me aguanto”, confiesa. Esa necesidad constante de crear define su carácter y su relación con el material.

Esta artista del norte de la provincia domina tras casi 25 años de oficio numerosas técnicas como el fusing, grabado, vidrio soplado, trabajo con soplete, casting y hornos de fusión. Aunque el soplado tradicional es muy vistoso para el público, Ana tiene claro cuál es su técnica favorita. “A mí me gusta el soplete. Me apasiona”, afirma. Con él trabaja principalmente el borosilicato y realiza piezas delicadas, precisas y llenas de luz.

El pasado año supuso un punto de inflexión en su carrera. Ana se presentó al concurso estadounidense Ikonic Glass Competitions, una competición online de sopladores de vidrio. Lo hizo casi sin expectativas, con una pieza llamada Guardín, un gnomo de vidrio que rendía homenaje a su pueblo.

Ana Llavador, artesana del vidrio, sosteniendo una figura de vidrio en su taller.
Ana Llavador, una destacada artesana del vidrio, trabaja en su taller en Guardo, Palencia.

“Me apunté, pero ni de broma pensé que podía ganar”, recuerda. El proceso exigía grabarse en vídeo durante toda la elaboración de la pieza, cuidando cada detalle. Tras una primera selección del jurado, quedó finalista entre más de sesenta participantes. A partir de ahí, la decisión pasó al voto popular.

“Pensé: esto es Estados Unidos, me van a comer con patatas”, confiesa entre risas. Sin embargo, ocurrió lo contrario. El apoyo fue masivo, especialmente desde Guardo y la provincia. Logró el mayor número de votos de la historia del certamen, hasta el punto de que la organización tuvo que cambiar el sistema de votación. “Se colapsó todo”, afirma.

El premio fue un soplete americano valorado en más de 3.500 euros, pero el verdadero impacto fue el reconocimiento. Ana se convirtió en la primera española en ganar este concurso y su nombre empezó a sonar con fuerza en el circuito internacional del vidrio. Poco después viajó a Berlín para recoger el galardón en la Conferencia de la Glass Art Society 2024, uno de los encuentros más importantes del sector.

La trayectoria de Ana no puede entenderse sin tener en cuenta las dificultades añadidas de ser mujer en un oficio tradicionalmente masculinizado. Cuando comenzó, hace más de veinticinco años, la presencia femenina en el mundo del vidrio era casi testimonial. Recuerda anécdotas que hoy resultan reveladoras. “Una vez, colocando una vidriera, me dijeron que estaba quitando el trabajo a los cristaleros”, relata. Comentarios que reflejan una mentalidad que, aunque ha cambiado, todavía pervive en algunos ámbitos.

De hecho, esta artesana considera que, aunque el camino hasta aquí ha sido largo, aún es necesario mucho más trabajo. “Te exigen el doble”, afirma con claridad. En países como Estados Unidos, las mujeres vidrieras están mucho más reconocidas y visibles. En España, todavía son pocas. Para Ana, una de las claves está en la confianza: “Lo primero es que nos lo creamos nosotras mismas”.

Más allá de su trabajo individual, Ana ha convertido el vidrio en una herramienta de dinamización cultural y turística. En 2022, coincidiendo con el Año Internacional del Vidrio, impulsó un festival dedicado exclusivamente a este material, en el que reunió a sopladores de distintos puntos de España y del extranjero en la localidad minera. El impacto fue inmediato. “Solo trabajando éramos más de treinta personas”, explica. Hoteles, restaurantes y comercios de Guardo, Velilla o la vecina localidad leonesa de Puente Almuhey registraron una gran recepción de visitantes. “Es toda una cadena”, resume. Un ejemplo claro de cómo la artesanía puede generar movimiento económico en zonas afectadas por la despoblación.

El proyecto continúa creciendo y consolidándose. Cada año son atraídos nuevos artistas y visitantes, y Guardo poco a poco comienza a situarse en el mapa del vidrio contemporáneo.

A punto de cumplir 25 años dedicada al vidrio, Ana no muestra signos de agotamiento. Al contrario. Tiene nuevos proyectos en marcha, desde diseños para coctelería hasta piezas vinculadas al mundo del vino, además de una ambiciosa exposición en la que trabaja desde hace tiempo. “Todavía tengo muchas ganas de hacer cosas”, asegura.

Artesana del vidrio trabajando con fuego en Guardo, Palencia.
Ana Llavador, artesana del vidrio, crea obras únicas en Guardo. / Lucía Burón (ICAL)

Su inspiración surge de la naturaleza, especialmente del mundo de las abejas, de los movimientos sociales y de cualquier imagen cotidiana que despierte una emoción. “Cualquier cosa me hace pensar”, confiesa. “Ahora mismo estoy detrás de una exposición que tardaré más de un año en crear, aunque ya sé que será sobre las guerras”, augura. «Cualquier sentimiento que vea, desde tomar una cerveza con una persona, hasta una imagen de televisión, me hacen pensar.

Cuando se le pregunta si se imagina una vida sin el vidrio, la respuesta es rotunda. “No. No me la imagino. Me voy a morir vidriera”. Y quizá ahí resida la clave de su historia, en una pasión tan profunda que ha convertido un taller en Guardo en una ventana abierta al mundo, aunque Ana sabe que ese sentimiento no solo le atraviesa a ella, también a sus compañeros de profesión. “Todos tenemos esta pasión en las venas”.

Desde la Montaña Palentina, Ana Llavador sigue soplando vidrio, identidad y futuro y espera poder aportar un pequeño granito de arena a revitalizar, no solo su pueblo sino toda la comarca, una ayuda que vuelve a poner a Guardo como un referente creativo e innovador.

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