Crónica del concierto de Iván Ferreiro en las Fiestas de San Antolín 2025
Iván Ferreiro sabe muy bien cómo tensar la cuerda. Lo demostró anoche en Palencia, en pleno día de San Antolín, en un Parque del Salón que arrancó expectante y acabó convertido en un coro colectivo. El gallego jugó con la calma inicial, abriendo con Canciones no escapar o Belleza y juventud, piezas que, como en un vinilo de los ochenta, parecen colocadas para que el oyente, o en este caso el público, se adentre poco a poco en el viaje.
El viaje, eso sí, no tardó en virar hacia terrenos más sombríos, más “del infierno” que siempre acompaña a Ferreiro: Extrema pobreza, Santadrenalina o Pensamiento circular sacaron a relucir esa pulsión oscura y casi malsana que en directo se multiplica. El músico se mueve ahí como pez en el agua, en ese filo donde la belleza de la melodía choca con letras que no regalan sonrisas, pero sí verdad.
La segunda mitad del concierto fue un guiño a la nostalgia. Años 80 cayó como un cañonazo, recordándonos que aquella década no fue solo color flúor y synthpop, sino también herida y cicatriz. Como conocí a vuestra madre y, sobre todo, Turnedo, llegaron para sellar la comunión con un público que llevaba esperando ese momento toda la noche. El cierre con Trincheras puso la guinda: sobrio, contundente, sin artificios.
Ferreiro no vino a Palencia a hacer un repertorio festivalero ni a soltar hits uno detrás de otro. Hizo lo que sabe: levantar un edificio de canciones, de menos a más, con sus claroscuros, con sus heridas, con esa extraña mezcla de emoción y desgarro que lo ha convertido en uno de los referentes más sólidos de nuestra música. Anoche, en San Antolín, Palencia se dejó arrastrar. Y no quiso escapar.
