La amenaza sobre el principal pulmón verde de la ciudad que se cernió tras el incendio de este domingo 20 de julio invita a reflexionar sobre su importancia biológica, paisajística y cultural
Proteger el Monte El Viejo. Fue la máxima prioridad para el operativo contra incendios que se fijó en la tarde del domingo 20 de julio, cuando el fuego originado en la localidad de Paredes de Monte se propagó hacia la masa forestal de este gran pulmón verde de la capital palentina. Un hecho que pone a la ciudadanía sobre aviso de que uno de los principales recursos con los que cuenta la ciudad es también un espacio altamente vulnerable y necesitado de protección.
Una importancia que se ha hecho patente en los últimos tiempos, cuando el Comité Internacional del Corredor Biológico Mundial otorgó a finales de 2023 el reconocimiento de “Kilómetro Cero Mundial de los Bosques Urbanos”. Un título significativo que subraya su importancia en el ámbito de la sostenibilidad a nivel global.
A menos de 7 kilómetros del entorno urbano
Situado a 6,1 kilómetros al sur de la ciudad de Palencia, El Monte “El Viejo” se ha consolidado como un enclave natural de importancia creciente tanto a nivel local como internacional. Con el sello del Corredor Biológico Mundial se subraya su papel esencial en el ámbito de la sostenibilidad y su función como pulmón verde de la capital palentina.
El monte se ubica a una altitud media de 860 metros sobre el nivel del mar y limita con los municipios de Villamuriel de Cerrato, Dueñas y Autilla del Pino. Su superficie actual se estima en unas 1.435,75 hectáreas, notablemente reducida respecto a los registros históricos: 3.876 hectáreas según el Catastro de Ensenada (1749-50) y más de 3.100 hectáreas a mediados del siglo XIX.
En cuanto a su composición vegetal, el monte alberga un bosque mediterráneo de encinas (Quercus ilex) y quejigos (Quercus lusitanica), único en la provincia por su extensión y calidad. La vegetación incluye también especies de matorral y una amplia variedad de plantas aromáticas y herbáceas.
La biodiversidad vegetal del Monte “El Viejo” se distribuye en tres niveles. En el estrato arbóreo predominan la encina y el quejigo. El arbustivo está compuesto por especies como la jara, el majuelo, el endrino y la madreselva. El estrato herbáceo, por su parte, incluye una rica variedad de plantas aromáticas y medicinales, además de numerosas especies de gramíneas y umbelíferas.
A ello se suma su importancia como ecosistema para numerosas especies. Un ejemplo es el de las mariposas: un estudio reciente demostró una sorprendente diversidad, ya que se identificaron 81 especies de mariposas diurnas y 243 especies de mariposas nocturnas. Entre estas, se encontraron especies singulares como la blanquiverdosa menor (Euchloe tagis), la mariposa ondas blancas (Euphydryas desfontainii), el sátiro rayado (Hipparchia fidia), la coscinia romeii y la Hyphoria dejeani. La presencia y diversidad de estas mariposas sirven como un magnífico indicador de la calidad ambiental y el buen estado de salud del ecosistema del Monte.
La rica vegetación proporciona un hábitat y fuente de alimento de gran valor para una amplia gama de fauna, con reptiles como la lagartija colilarga, la lagartija ibérica, el eslizón tridáctilo, el lagarto ocelado, la culebra bastarda, la de escalera, la coronela meridional y la víbora hocicuda. También es hogar de numerosas aves, como el chochín, el mirlo común, el pinzón, el carbonero, el jilguero, el petirrojo, el verderón, el milano real, el alcotán, el cernícalo y el águila calzada. Entre los mamíferos se encuentran el lirón careto, el ratón de campo, el ratón casero, la musarañita, el ciervo, el murciélago común, el murciélago bigotudo, el jabalí y el conejo.
Presión humana
El monte ha sufrido una regresión importante desde épocas históricas. En el pasado, estuvo cubierto por un bosque denso de encina, favorecido por un clima húmedo en el período Atlántico (7.000-4.500 a.C.). Sin embargo, el clima mediterráneo actual, con veranos secos y extremos térmicos, junto con suelos básicos poco favorables para las especies de Quercus, ha contribuido a una pérdida de cobertura vegetal. A pesar de ello, la principal causa de esta regresión ha sido la acción humana.
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Desde el siglo XII hasta 1975, el espacio fue utilizado para el pastoreo, lo que implicó la tala de árboles y el uso de quemas para la regeneración de pastos. Estas prácticas dieron lugar al denominado “monte hueco”, caracterizado por claros abiertos dominados por matorrales. A ello se sumaron actividades de aprovechamiento maderero y carboneo, que persistieron hasta la segunda mitad del siglo XX.
En las últimas décadas, el Monte “El Viejo” ha pasado a ser un espacio de ocio, impulsado por el uso del vehículo privado y el crecimiento económico. Se han instalado infraestructuras como piscinas, canchas deportivas y barbacoas, que la Junta de Castilla y León retiró después para prevenir incendios. Esta transformación ha incrementado la presión humana, provocando la desaparición del estrato herbáceo, la proliferación de especies ruderalizadas, la tala de matorrales y la acumulación de residuos.
A pesar de la regresión, el monte mantiene una biodiversidad vegetal significativa y su valor como ecosistema urbano es elevado. Su reconocimiento internacional como nodo central del Corredor Biológico Mundial refuerza la necesidad de establecer medidas de protección adecuadas.
Según destacan fuentes académicas, entre las principales amenazas actuales se encuentran la intensificación del uso recreativo sin una gestión sostenible, el riesgo de incendios, la transformación del paisaje vegetal y la fragmentación del hábitat. Estos factores, si no se controlan, pueden conducir a una degradación irreversible.







