Las Ventas fue testigo del sorprendente corte de coleta de Morante de la Puebla
Eran las 19:34 de la tarde, de un doce de octubre, de un Día de la Hispanidad que quedará en los anales de la historia de la tauromaquia, y con ello, de la historia de España. Eran y 34 en todos los relojes, pero solo el reloj de las Ventas iba a ser testigo de ese momento. Morante de La Puebla, de Chenel y oro se dirigía al centro del ruedo, solo, entre lágrimas, para cortarse la coleta y llevarse con ella una parte de la historia del toreo. Brotaron las emociones en los tendidos, primero la incredulidad, las manos a la cabeza, las caras de sorpresa. Después la negación “No Morante, no”, “Vuelve maestro” rezaban sus partidarios y hasta los que no lo son. Finalmente, el duelo, las lágrimas, los abrazos, una ovación eterna de la plaza de las Ventas, la catedral del toreo convertida por un día en el templo mayor del morantismo.
Se presumía un día histórico desde que el toreo cigarrero anunciase el doblete de torear por la mañana el festival homenaje a Antoñete y por la tarde la corrida de la Hispanidad. Suya fue la idea de erigir un monumento a Antonio Chenel ‘Antoñete’, el del mechón blanco, el del pitillo, el torero por antonomasia de Madrid. Porque el maestro debía ser recordado en con una estatua en su plaza. La expectación estaba por lo aires, ni una hora duraron en la taquilla las entradas para la cita. Los aficionados nos acostamos el día antes como se duerme un niño la noche de reyes, con la ilusión desbordada. Ilusión que se llevó por las carreteras de toda España, en una suerte de peregrinación al templo del toreo para ver al rey de los toreros. De Salamanca, Logroño, Cádiz, Sevilla…, y como en mi caso, de Palencia.
La peregrinación se apreciaba en la calle Alcalá pasadas las once de la mañana, mareas de aficionados que acudían a las Ventas, como quien peregrina a la Meca o a Santiago, pidiendo a todo lo que se puede pedir porque a Morante le embistiese uno. Nadie se podía ni imaginar lo que acabaría pasando a las 19:34. La mañana en sí misma ya fue un acontecimiento histórico, que nos permitió a los mas jóvenes disfrutar del toreo eterno de aquellas figuras que por edad no hemos podido ver. ¡Qué lujo Curro Vázquez, que derechazos, que trincherillas con 74 palos! Espectacular, como lo fueron las medias de Frascuelo, que con 77 años se encontró con el oponente de menos opciones. La locura llegó con César Rincón, qué manera de citar de lejos, un lujo el toreo con la izquierda, una locura con la derecha. Las Ventas, como loca con su torero, había vuelto ‘El César’. “Ave Cesar” se gritaba en los enloquecidos tendidos. Espectaculares fueron también las faenas de Hermoso de Mendoza, Ponce y Olga Casado. La mala suerte se le llevó el de la Puebla, el homenaje a Antoñete no salió, el espectacular toro blanco de Osborne no embistió y el homenaje a Chenel se quedó en un gran detalle.
Si por la mañana salió el aficionado toreando de la plaza, por la tarde se llegaba con las ilusiones renovadas. Volvía a ser la calle Alcalá testigo de la peregrinación morantista, ahora era el momento. El primer acontecimiento de la tarde ya estaba anunciado, la retirada de Fernando Robleño, torero de Madrid y héroe en las corridas duras. Se retiró con una gran faena al mejor toro de la tarde y salió a hombros por la puerta de cuadrillas. ¡Por ahí iba un gran torero!
Poco dijeron los tres primeros toros, tuvo que ser en el cuarto donde empezase la tarde, con unas verónicas eternas del cigarrero. Se quedó seco, tumbado boca arriba en los medios cuando al colocarlo al caballo el toro le propinó una impresionante voltereta. Muchos pensamos que ahí se acababa su tarde, pero no, a la tarde y a la carrera de Morante le quedaban todavía unos diez minutos. Se repuso ante un toro que no quería nada por la izquierda, y por la derecha lo hizo todo Morante, espectacular, dos series impresionantes, imposible pasárselo tan cerca y tan templado. La estocada fue de las mejores y que posiblemente verán mis ojos.
Se le pidieron con fuerza las dos orejas, y ciertos sectores protestaron la segunda. Quizás sí era solo de una, pero, ¿qué más daba? En medio de la bronca por la segunda oreja, emprendió ese último paseíllo al centro del ruedo. En los mismos medios, pasó Morante a la leyenda del toreo, en la más absoluta soledad, como José Antonio se enfrenta sus demonios, como Morante se enfrentaba a los toros, solo. Quedaba huérfano el toreo de su mayor exponente, por la plaza rondaba aquella frase de Guerrita a Rafael ‘El Gallo’ cuando murió Joselito: “Se acabó el toreo”. Se retiraba el torero más completo, que aunó en su tauromaquia lo mejor de cada parte de la historia de este arte. El mas genial de los artistas decía adiós a los ruedos, por la puerta grande de Madrid.



