Cristina Herrero Kolumelah
Cristina Herrero (Kolumelah)

La antropóloga, profesora de la UNED y artista escénica -conocida como Kolumelah- acaba de dar el salto al cine rodando su primer documental, Dos Corazones

Su debut cinematográfico aborda la historia de Mari, una persona intersexual que vive en la Montaña Palentina. Después de triunfar en los festivales de Aguilar de Campoo y Palencia, recorre España y Sudamérica acumulando premios y buenas críticas.

Permite que comience hablando como público y no como periodista. Porque ver tu documental y conocer a Mari y su historia nos ha movido el corazón al público del Aguilar Film Festival y de la Muestra de Cine Internacional de Palencia. Y supongo que lo mismo sucede en todos los festivales…

Sí, es lo que nos está llegando. De hecho, tenemos ya dos premios del público en el LesGaiCineMad, de Madrid, y el Nahia Film Fest de Granada. Para nosotros eso es lo más importante. Esa historia es realmente una ofrenda de Mari hacia el mundo, porque necesita romper ese silencio para contar lo que ha vivido y lo que ha callado tanto tiempo, pero también romper una lanza por todas las personas que viven historias similares.

Cómo ella se ha entregado y cómo hemos podido contar su historia y que llegue a la gente es lo más importante. Que sacuda el corazón de las personas, tanto a los que ya estamos sensibilizados sobre otros temas como a los que viven en su pedestal sin pensar en que existen otras realidades diferentes.

En un momento de debate abierto por la polémica aprobación de la ley trans…

Este documental no habla de un proceso transgénero en el que alguien ha querido cambiar su sexo. Aborda la historia de alguien que incorpora biológicamente tanto características masculinas como femeninas, es decir, una persona intersexual. Es otra realidad que ha estado silenciada desde el principio de los tiempos, porque se queda en el ámbito clínico y en el silencio de las familias. Se ve como un problema cuando realmente es otra manera de presentar la corporalidad que existe en la naturaleza.

No es son síndromes, ni son deformaciones: según datos de la ONU, un 2 % de la población mundial (se cree que incluso más) presenta características gonadales, cromosómicas, genitales o fenotípicas tanto de macho como de hembra.

Es una minoría, pero las minorías tienen presencia en este mundo y tienen que estar bajo el paraguas de lo humano.

En la Edad Media, a las personas intersexuales se las quemaba en la hoguera. Desde principios del siglo 20 se opera, es decir, se mutila y se esconde –visto desde las plataformas de activistas que surgen en los 90–. Se intenta conformar el cuerpo con el sexo que resulte más fácil asignar, se corta y se hormona.

Pero cuando esa persona se desarrolla, puede ocurrir que ha sido criada como un niño y se siente niña, o al revés. Y de ahí se entra a problemas como disforia de género y se psiquiatriza la situación.

Hay plataformas de activistas desde los años 90 en Estados Unidos que cuestionan por qué tengo cicatrices y por qué me han criado con una identidad que no es la mía. Nacieron biológicamente ambiguos y, simplemente, había que poner H o M en el libro de registro.

Llegaste a Mari a raíz de un máster de Estudios de Género que cursabas en la UNED, donde además ejerces como profesora de Antropología.

Como antropóloga, siempre me ha fascinado el tercer género: esas categorías no binarias que en otras culturas son aceptadas, casi como un don de los espíritus, y se convierten en chamanes, porque incorporan las dos miradas. Al acabar el máster estaba buscando un tema para el trabajo final y conocí a Mari a través de una amiga común.

Fue como un flechazo a primera vista. Me contó su historia y no solo me interesó, sino que empecé a soñar con ella. Así que me dije: hay que hacer algo. De ahí surgió, primero, mi trabajo de investigación sobre intersexualidad con ella como informante.

A partir de ahí conocí todo el trabajo de las plataformas de activistas, el ámbito clínico y la historia de la intersexualidad desde las primeras mitologías. Pero Mari era la conexión con el presente, una informante generosa que me abrió las puertas de su corazón y me contó su vida una y otra vez.

Como me dedico a las artes escénicas, me decía: esta historia hay que llevarla a un teatro. Pero me di cuenta de que eso supondría apropiarme de su relato para, a través de mi voz y mi cuerpo, contar esta historia en un trabajo actoral. Pero ella es tan potente y tiene esa personalidad y manera de expresarse, que decidí que fuera ella quien contara su historia en un documental. Conocía a Óliver Del Nozal y le propuse participar.

Fotograma de la película ‘Dos Corazones’, de la palentina Cristina Herrero Laborda
Fotograma de la película ‘Dos Corazones’, de la palentina Cristina Herrero Laborda

Te defines como “contadora de historias”, consolidada después de 20 años con tu proyecto Kolumelah

Sí. Hace 20 años estaba viajando por el mundo, me había licenciado en Filosofía y estudiaba Antropología. A partir de un taller de narración oral descubrí que, realmente, lo que me hacía feliz era contar historias, de viva voz y de cuerpo presente.

Me fascinó el mundo del cuento, tanto de la tradición oral como el cuento literario. Pero sobre todo, el vínculo que se produce en un grupo pequeño cuando estás contando historias, o en un gran teatro cuando hay 100 personas, porque es el mismo que se producía en torno al fuego en la Prehistoria. Desde entonces me he dedicado profesionalmente a contar historias. Pero también a reflexionar sobre la metodología: ¿qué hacemos con el resto del cuerpo a la hora de contar? Los gestos, el trabajo de la voz, la mirada, los silencios…

Para mí, convertirte en narradora oral o escénica supone un viaje hacia dentro de ti misma, un viaje de autoconocimiento. Pero después es un acto de apertura y amor a los demás, que produce momentos sagrados. Porque el vínculo que se produce al narrar nos recuerda que todos somos lo mismo.

Da igual dónde estemos, en qué lugar del planeta hayamos nacido y en qué situación social o política estemos, porque los seres humanos tenemos los mismos miedos, las mismas emociones.

Y eso conecta con tu faceta de antropóloga. En un momento en que las humanidades están en cuestión –y casi en peligro-, ¿cómo defiendes el espacio que ocupa la antropología en una sociedad en la que ya solo parece preocuparnos la Inteligencia Artificial?

La antropología es importante porque aborda las diferentes dimensiones en las que se expresa el ser humano en todas sus facetas, desde lo más material hasta lo más simbólico y espiritual. Creo que sería una de las ciencias sociales más imprescindibles para que continuemos siendo seres humanos.

Incluso también se trabaja y se investiga desde la disciplina antropológica qué significa en el universo humano la inteligencia artificial. Creo que sería una de las ciencias más importantes a no desaparecer porque estamos perdidos y perdidas.

De alguna manera, los seres humanos estamos mutando. Y todo eso hay que abordarlo holísticamente, como hace la antropología. Además relativiza la propia cultura y los propios valores. Enseña a valorar la diversidad en todas sus expresiones.

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