El violinista libanés levantó al público en largas ovaciones tras un espectáculo más sencillo que los anteriores, pero auténtico y tremendamente divertido
Ara Malikian ya consiguió su objetivo: sus primeras giras y trabajos discográficos tenían el violín como reivindicado protagonista, merecedor de un espacio en la música de todos los estilos, más allá de los auditorios que ha recorrido como músico clásico desde su adolescencia, cuando consiguió una beca para estudiar en Alemania.
Pero ahora, tantos años después de ser considerado como una suerte de Paganini pop del siglo XXI, el “nuevo violinista del diablo” ya ha llenado cientos de estadios y teatros en todo el mundo y su mensaje ha calado hondo. “Creo en lo que hago y para mí lo más importante es la respuesta del público”, nos contaba en la entrevista que le hicimos hace unos años para PaCO Magazine. Hoy, el público sabe que de las crines de su arco puede brotar la melodía más bella o el rock más salvaje. Así que, por fin, Ara Malikian puede hacer verdaderamente lo que le dé la gana.
Jugar, inventar y, por qué no, ser más gamberro que nunca. Como anoche en el Pabellón Municipal de Deportes de Palencia, donde regresaba después de cinco años con una propuesta escénica y musical totalmente diferente a la que sirvió para inaugurar la reforma de este espacio deportivo y cultural en marzo de 2018.
Mismo artista en un contexto antagónico. Porque cualquier persona del público que abarrotó el Pabellón en aquella noche de finales de invierno recordará el extraordinario frío que pasamos en las gradas. Incluso, según supimos después, la dificultad que pasó el propio intérprete para calentar los dedos antes de salir a escena. Sin embargo, en su concierto de este jueves 24 de agosto, prefacio de San Antolín, Malikian y sus cuatro músicos casi tuvieron que acompasar su percusión al aleteo rítmico de los abanicos, en un ambiente que superaba con creces los 30 grados, especialmente en las gradas más altas.
Y, sin embargo, disfrutamos igual que entonces. Con frío o sudando la gota gorda, Malikian se hace con el ambiente, unas veces jugando con los armónicos de una nota solitaria, otras, dando la caña más heavy posible en el escenario. Y la respuesta del respetable estuvo a la altura, con aplausos en pie y ovaciones de varios minutos. “Sois un público espectacular, maravilloso y luchador contra el calor. Y ahora que estáis bajo los focos, ¡guapísimos también!”, elogió el libanés.
La rapsodia de un niño grande
Y como Malikian ya demostró que Paganini mola mucho y que Vivaldi o Bach encajan perfectamente con una batería y un bajo, en su concierto de anoche se olvidó de los formalismos para dedicarse simplemente a jugar, como el niño grande que es.
Gamberro, desenfadado y tremendamente divertido en un espectáculo sencillo con cinco músicos en escena contándolo a él, sin pantallas ni efectos especiales. Los mismos cinco músicos cubanos que lo acompañan desde hace 30 años, según contó. Mención especial merece el genial pianista Iván ‘Melón’ Lewis, que brilló durante toda la velada.
Sencillez, pero sin descuidar el perfeccionismo que caracteriza a un intérprete disciplinado y riguroso: ejecución perfecta, sonorización impecable y un diseño de iluminación espectacular, sorprendente y divertido, cuyos haces de luces parecían, por momentos, moverse con la misma soltura que los rizos del saltarín violinista.
Las referencias a autores clásicos no faltaron, pero de una manera más sutil que otras veces (a excepción de un poquito de Antonín Dvořák y una preciosa versión del Preludio número 4 de Chopin), como pequeños guiños melódicos dentro de rapsodias alocadas, inspiradas en su hijo Kairo (como ese Pulpo Robótico); en sus hermanas, Taline y Nanig; o en sus vivencias como migrante libanés y ciudadano del mundo. Piezas donde brincaba, se tiraba al suelo y dialogaba con el piano, el bajo, la guitarra y el contrabajo, saltando y bailando con un dominio físico espectacular.
Energía que interrumpía, de vez en cuando, para empezar a narrar locas anécdotas (“un poco tuneadas, pero todas ellas verdaderas”, confesaría al final) que se convertían en monólogos inusitadamente largos para un espectáculo musical de este tipo.
Pero es que con su acento exótico y su entonación aguda y hasta un poco monótona, resulta que Malikian es además un gran humorista, capaz de despertar con sus gracias tantas carcajadas como aplausos y ovaciones arranca su violín. “Me dicen mis compañeros que me calle ya, que el público no va a saber si ha venido a un concierto o un monólogo”, bromeaba.
Inspirado por su hijo Kairo, Malikian ha redescubierto en el confinamiento la autenticidad de esa mirada infantil que perdemos los adultos. Y de esa inspiración han salido los temas y el espectáculo que vivimos anoche en Palencia. El propio Kairo subió a escena a abrazar a su padre al término de un concierto en el que todas y todos volvimos a ser un poco niñas y niños.
Es buenísimo. desde que lo vi cuando venia a lis Conciertos de verano en el Maresme, no he dejado de adminirarlo… buenísimo sobte todo en directo.