Santiago Lorenzo presenta Los Asquerosos (2018, Editorial Blackie Books) de la mano de la UPP y dentro de la Muestra Internacional de Cine de Palencia. “Las cosas  que no me han sucedido darían para toneladas de papel”

 

L.M. Rivas Cilleros 

Si Manolo siempre le recibe con alguna sorpresa (sin especificar) cada vez que se deja caer por Palencia, será por algo. Si el autor de Los Asquerosos reconoce que el de Manolo (el Club 38) es uno de los mejores bares “donde he estado”, vete poniéndote en situación: aquí pasa algo.

Y si encima, un tal Santiago Lorenzo te recuerda que en 1997, cuando rodó parte de Mamá es boba en Palencia “nos salimos con la nuestra”, es mejor colocarse un pelín a la defensiva: cualquier cosa puede ocurrir.

Entre los 80 y los 90 cualquier cosa podía ocurrir, claro que sí. Y a Santiago Lorenzo, si le da por apretar el botón de rebobinar, no para. Vivió a su ritmo…

No reniega de su pasado, es evidente. “Hacíamos las cosas como nos salían de los órganos genitales”, asevera con contundencia para referirse a su trayectoria cinematográfica –exitosos trabajos en el mundo del corto e incursiones en los largometrajes-. Y alimenta un poco, bueno muy poco, su ego recordando que pese a las limitaciones de entonces “todo el mundo quería venir a rodar con nosotros”.

¿Por qué el tránsito de la cinematografía, de ese ámbito donde había logrado hacerse un hueco, a la literatura? “Haces cine porque tienes ganas de que te aplaudan. Yo si tengo una idea, la hago novela, no hago una película”. Asquerosamente claro. Amén. No parece que haya demasiado interés por ser el encargado de comandar la versión cinematográfica de su novela.

Cualquiera diría que el sueño de Lorenzo era vivir del séptimo arte –lo logró en algunos periodos de su vida, en Madrid, con sudor, con más lágrimas que sonrisas y con una nevera que tiritaba más de lo debido-. Y cualquiera diría que ese resquemor contenido viene provocado porque salió tan escaldado y con tantas telarañas en los bolsillos que optó por poner pies en polvorosa de la gran ciudad.

Era muy fácil. Sin ser Rappel el futuro a corto plazo se presentaba diáfano: más de lo mismo, asqueroso.

No estaba por la labor de vivir sin vivir, la alternativa era largarse al pueblo. Al pueblo, a un pueblo, a cualquier pueblo. No buscaba la idílica imagen del creador rodeado de silencio, ni pensaba en reproducir la típica escena del escritor delante de la pantalla con la mesa llena de papeles y notas por todos los lados, cigarrillos apagados y algún que otro vaso con posos de licores de diversas procedencias.

Lorenzo no buscaba nada en especial en el pueblo de apenas docena y media de habitantes de Segovia donde acabó hace 9 años. “Si vienes al pueblo para escribir es porque es un lugar donde nadie te va a llevar la contraria”, afirma para a renglón seguido reconocer sin pudor que por momentos se ha sentido “un impostor” que ha tratado de mimetizarse con lo que le rodea. Cuestión de supervivencia, como la de Manuel en Los Asquerosos.

Su apuesta por el pueblo le ha ahorrado ese viaje que muchos escritores deben realizar para ‘localizar’ su historia. En Los Asquerosos no se empeñen en buscar el pueblo. Ni Guía Campsa, ni Google Maps… Sirve cualquier pueblo. De verdad. No lo intenten.

Como mucho pónganse en el lugar de Santiago Lorenzo. Él no hizo ningún viaje. No tenía que hacerlo y por eso se quedó en su casa de Segovia “a sufrir a la gente que viene al pueblo”. Sufrimiento que traducido a algo más de 200 páginas dio como resultado un libro donde ocurre lo que en ocasiones se nos escapa: que la ficción genera un rebote en la vida real.

Dicho esto, inicien su viaje. Manuel les llevará a Zarzahuriel (en su propio vehículo, no hay coche de línea).

 

Los Asquerosos

Los asquerosos cuenta la historia de Manuel, que hiere con un destornillador a un policía que le quería pegar, y ante el futuro desastroso que imagina huye de Madrid y se esconde en una aldea abandonada.

Sobrevive gracias a las entregas de un supermercado que le gestiona su tío, y su alma a través de los libros de la colección Austral que encuentra abandonados en la casa.

Se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Se ha llegado a decir de este libro que es una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía.
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