DOBLE O NADA – OPINIÓN

Lo de la despoblación ha llegado a un punto en que lo utilizamos de cajón de sastre como problema genérico de esta nuestra provincia. Cada vez que recibimos alguna mala noticia en materia de empleo, natalidad, subida de precios, etc., directamente, lo achacamos a la dichosa despoblación.

Pareciera que es una cosa de anteayer lo de que las gentes que vivían en los pueblos emigrasen a la capital buscando una vida distinta, no quiero decir mejor, para evitar a los ofendidos, que seguro que, por culpa de este artículo, haberlos haylos.

Pero, lo rigurosamente cierto es que esta cuestión lleva encima de la mesa de las administraciones unos 25 años, aproximadamente. Y, lejos de poner remedio al asunto, nos hemos inventado el término de la España Vaciada, como si las personas que todavía vivieran en los pueblos fueran una especie aparte de la que tenemos que compadecernos. ¿No sería mejor hablar de una España Medio Llena? Porque no nos equivoquemos, las buenas gentes que viven en los pueblos lo hacen porque ellos quieren. Nadie les obliga a marcharse. Es más, están deseando permanecer por miles de motivos que tienen todo que ver con una vida más cómoda, más limpia y más real. Hablamos de la despoblación, sí, con mucho ahínco, pero no hablamos de los motivos que la provocan.

Tenemos una ausencia apabullante de servicios básicos que necesita toda persona de bien. Con una buena red de telecomunicaciones, la gente que vive en los pueblos podría teletrabajar sin mayor dificultad, y eso que hay empresas que todavía se resisten como gato panza arriba a implantar esos modelos de trabajo. Allá cada cual.

Por no hablar de servicios tan básicos como son el bar o la tienda del pueblo. Seguramente, al que coge el teleclub de su localidad le cuesta Dios y ayuda cuadrar los números para llegar a fin de mes. Pero, gracias a su buen servicio, los parroquianos tienen un lugar donde acudir y poder socializar, lo cual, en un municipio de 50 habitantes, tiene un mérito de la órdiga.

Lo mismo pasa con la tienda. Familias dedicadas durante generaciones a mantener un servicio que, por volumen de población, genera poca rentabilidad. Para colmo, llegan las grandes cadenas de distribución alimentaria y deciden colocar sus tiendas; avasallando a los comercios locales, imponiendo una ley de a río revuelto, ganancia de pescadores. Algunas dicen que, incluso, quieren abrir los domingos. Supongo que los trabajadores tendrán derecho a descansar y estas cuestiones mundanas. A lo peor, todos son de fuera y el empleo no repercute en el municipio. Definitivamente, hemos perdido el norte.

Me da una envida profunda comprobar cómo en otras regiones, gracias a su ingente población, ocupan territorios aledaños a las grandes capitales, para mayor decepción de los visitantes que, encima, advertimos que el nivel de vida es infinitamente superior al que tenemos aquí. Pero claro, luego que surgen los partidos localistas, las independencias y estas cosas. Pues claro, si es que no sabemos defender lo nuestro. Ni venderlo, ni hacer publicad, ni nada de nada.

En fin, como diría el literato Óscar Wilde: “Juzgamos a los demás, porque no nos atrevemos con nosotros mismos”.

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