pablo del río escritor Doce Abuelas

Charlamos con el autor de ‘Doce Abuelas’, el palentino Pablo del Río, una novela negra de las que atrapan editada con Maeva

Doce Abuelas forma parte de la colección Neo Noir de una editorial tan importante como Maeva. ¿Orgulloso de haber conseguido editar aquí con su debut?

Sin duda alguna. Para una primera novela lo normal es acudir a la autoedición o, si tienes suerte, que te publique una editorial de menor prestigio y con una presencia más modesta en librerías y plataformas de venta.

Aterrizar directamente en Maeva es como si me hubiera tocado la lotería. Piensa que es la editorial donde está publicada la mayor parte de la obra de Camilla Läckberg –toda una referencia en novela negra– o El clan del oso cavernario y el resto de la saga, que todo el mundo leía hace unos años. No hay mayor honor.

Leyendo su novela, quienes nos hemos criado en lugares pequeños recordamos que a veces impera en éstos la ley del silencio…

Efectivamente. En el mundo rural todo el mundo se conoce. De tus vecinos no sólo estás al corriente de su vida presente sino también del pasado. Y en la mochila de cada uno siempre se esconden rencillas, secretos, etcétera. Unos más confesables que otros.

En este caso el hermetismo que se respira en el pueblo, o las cabezas gachas ante preguntas incómodas, no responden necesariamente a una táctica moral, a un encubrimiento voluntario de sucesos nunca esclarecidos, representan más bien una táctica de supervivencia y de comodidad: cuanto menos se sepa, mejor para todos; cuanto antes se olviden los dramas del pasado menos dolores de cabeza sobrevendrán en el presente.

Esta dimisión a la hora de colaborar se aprecia claramente en la partida de cartas que juegan diariamente los clientes del Bar Saúl.

El ritmo trepidante de un gran thriller está impreso en estas páginas. Se nota su experiencia cinematográfica: ¿le ha costado cambiar de formato desde el guión hasta el relato en primera persona para crear este debut literario?

En absoluto. Es como conducir un autobús por las mañanas y subirte a un utilitario por las tardes. Cada uno tiene su ritmo, su capacidad de carga, su maniobrabilidad, pero ambos poseen ruedas y deben respetar las mismas normas circulatorias. El cine y la literatura son dos registros paralelos donde la historia manda. La historia es la que te pide un determinado pulso, dosificar la información para generar suspense, mantener la inercia de la trama o realizar un giro argumental que vuelva la trama del revés.

Una ventaja de la novela respecto al cine es que te permite practicar más saltos temporales sin marear al lector (véase La chica del tren). Otra virtud de la literatura –como  ocurre en Doce abuelas–, es la posibilidad de usar varios puntos de vista y, de esta manera, meterte en la cabeza de los personajes principales.

Esa elección en la primera persona le da al relato la subjetividad de sus protagonistas: en cada momento sentimos las dudas, los miedos e incluso la ansiedad de Genoveva y Adolfo ante el trágico suceso que tratan de resolver. Una subjetividad que es una niebla, como la de Ribadesella…

Absolutamente cierto. La ansiedad de Genoveva y las tribulaciones de Adolfo me pedían esa voz subjetiva. He usado tres voces en la mayor parte del relato. Si en la trama hubiera contado con profesionales de la investigación –policías, periodistas…–, quizá hubiera utilizado la voz de un narrador en tercera persona, un tono más neutro, pero el hecho de que fueran personajes involucrados en la trama, totalmente perdidos y superados por las circunstancias, me brindaba la oportunidad de meterme en su cabeza en todo momento.

Y creo que he acertado. No es lo mismo que un narrador cuente las vicisitudes por las que pasan Genoveva y Adolfo que escuchárselo a ellos directamente, con su propia voz y su propio aliento.

Respecto a la niebla, tienes toda la razón. No sólo es un fenómeno meteorológico común en algunas novelas negras –niebla, casas solitarias dentro de un bosque, tormentas–, en este caso representa también una metáfora de lo que ocurre. La niebla impide ver lo que tienes delante, lo mismo que les ocurre a Genoveva y Adolfo, incapaces de vislumbrar lo que ha pasado con Ricardo aunque lo tengan a un palmo de sus narices.

Esa niebla, los escenarios asturianos y el concierto de Rajmáninov se elevan a personajes secundarios de la historia. ¿Cervera de Pisuerga y su nieve han sido los personajes secundarios de Pablo del Río?

Una nieve que últimamente cae con cuentagotas… Por supuesto. Cervera, Vidrieros (el pueblo de mi madre), el Curavacas y toda la Montaña Palentina son fundamentales en mi vida. No estoy de acuerdo cuando alguien dice que tal o cual paraje es el lugar de su infancia, como si los periodos de la vida fueran episodios aislados.

Los escenarios de la infancia y la juventud son tu patria, tu médula, y no te puedes despojar de ellos como si te quitaras el pijama por las mañanas.

Su pasado le condiciona –como al desdichado protagonista de Doce abuelas– cuando introduce Palencia entre las localizaciones de esta novela. Qué maravilla escoger la Catedral de Palencia para una escena capital en la novela, hacer referencia al sonido del órgano y mencionar el objetivo de nuestra gárgola fotógrafa. ¿Una licencia de un autor que ama su tierra, o un personaje más?

Lo bueno de escribir novela o cualquier otro género literario es que eres tu propio jefe y puedes hacer lo que te apetezca. De haber sido el guión de una película, seguramente el productor, para ahorrar presupuesto, me hubiera pedido que usara alguna iglesia de Madrid –hay donde elegir–  o la catedral de Segovia como muy lejos. Tienes toda la razón: es una licencia.

Ha sido profesor de filosofía en un instituto, se ha dedicado al cine, ha editado una revista especializada en el séptimo arte, y ahora se convierte en novelista. No nos atrevemos a adivinar sus próximos proyectos…

Yo tampoco (risas). En cada una de esas fases he aprendido cosas. Todas las tareas profesionales me han permitido aprender y considero que esa es la mejor motivación: aprender para hacer mejor tu trabajo.

También he arriesgado lo mío. Cuando era profesor tenía un buen sueldo, las tardes libres –aunque había que preparar las clases del días siguiente y corregir exámenes– y unas vacaciones holgadas. Bien, pues de la noche a la mañana decidí dar el salto al periodismo audiovisual, un salto sin red, pues si me iba mal sería difícil regresar.

Y cuando me vi capacitado para emprender mi propio camino, fundé una revista con el riesgo económico que ello suponía. Aprendizaje, riesgo, tentación, vértigo… Resumiendo: pasión por lo que haces. Y ahora siento verdadera pasión por escribir novelas. Invento historias que comparto con todo el mundo, y pocas situaciones hay tan gratificantes como que una señora de Vigo a la que no conoces te mande una foto con tu novela, te diga que la ha encantado y que le ha comprado un ejemplar a cada uno de sus hijos.

Ah, y que si alguna vez voy a Vigo la avise porque quiere que se la firme. También habrá gente a la que no le guste mi historia, pero eso es algo que hay que asumir desde el primer minuto, y no tomártelo como una frustración, sino como un desafío para la siguiente.

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