La artista Palentina, Marina Nuñez junto a una de sus obras de la exposición 'Nada es tan profundo como la piel'. / Juan Lázaro (ICAL)

La muestra de la artista, que realiza intervenciones a través de vídeos, imágenes digitales, dibujos y esculturas de cristal, abrió ayer sus puertas en el Museo Lázaro Galdiano

César Combarros / ICAL

“Nada es tan profundo como la piel”. La frase es del poeta y filósofo francés Paul Valéry, y le sirve a la artista palentina Marina Núñez para dar título a su nueva exposición, un proyecto de intervenciones, a través de vídeos, imágenes digitales, dibujos y esculturas de cristal que ayer viernes abrió sus puertas en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, en la calle Serrano. “Es una frase preciosa, que siempre ha estado en mi cabeza”, señala sobre el leitmotiv de la muestra, donde desarrolla su personal gramática del ornamento considerado como necesario.

Para la ocasión, la creadora ha dado forma a un proyecto muy ambicioso desarrollado específicamente para un museo que adora. Apasionada de la estética de los cuadros de gabinete, encuentra en este espacio en el corazón de Madrid un lugar donde perderse, que atesora “una colección magnífica”, que incluye más de 12.000 piezas, entre las cuales destaca “algunas de El Bosco o Goya que son de no creer”.

Durante el último año y medio, la palentina ha creado obras que se aposentan sobre la superficie del Lázaro Galdiano, “apropiándose de la noción misma de museo de arte y de colección como una fórmula que redimensiona su sentido al proponer modelos museográficos alternativos”, en palabras de la comisaria de la muestra, Isabel Tejeda, a quien une con la creadora palentina una larga trayectoria, desde que ambas trabajaron juntas en 2001 en la exposición ‘Carne’, en la Sala de Verónicas de Murcia.

“Sobre lo más profundo, en la piel, vaga la intuición poética pudiendo llegar a conocimientos que la razón no alcanza”, recalca Tejeda citando a Henri Bergson. A su juicio, Marina se sirve del ornamento como algo no epidérmico, sino estructural, para construir en diferentes salas de este espacio un nuevo imaginario con connotaciones políticas sobre el papel de las mujeres en la historia del arte y en la sociedad, como hiciera en sus primeros trabajos de los años 90, conduciéndonos hasta la idea de que “los seres humanos somos naturaleza” y que “nuestro entorno no es algo ajeno a saquear”.

“Frente a esa idea extendida del ornamento como algo superficial, no esencial e incluso frívolo, y por supuesto afeminado”, Núñez apuesta en este trabajo por “las superficies materiales, por el cuerpo, concretamente por la piel, y no por hipotéticas esencias profundas e invisibles”. “En todas las obras se representan además plantas, antiguas o nuevas especies botánicas, que están en las telas, en las pieles, en la arquitectura… El ornamento representa vida, y produce vida, y nos encontramos seres humanos como paisajes, como ecosistemas”, explica a Ical la artista, para quien este proyecto es “una vuelta de tuerca más” a un concepto clave en su trayectoria: “Para mí somos cuerpo”, argumenta defendiendo que “la piel como algo que conecta” es un tema recurrente en su trabajo.

Tejeda recuerda que no es la primera vez que la artista palentina trabaja sobre colecciones, y que ni siquiera es primeriza en intervenir en espacios patrimoniales, como prueban sus proyectos en la Catedral de Burgos (‘Tinieblas y luz’, 2008) o en el Museo Thyssen-Bornemisza (‘Vanitas’, 2021), pero a su juicio esta es una ocasión especial porque el Museo Lázaro Galdiano “es caso aparte”, ya que el empresario e historiador navarro y su esposa argentina alojaron sus nutridos fondos en un palacio construido expresamente para tal fin, Parque Florido (1908), que fue concebido en su origen como ‘Gesamkunstwerk’, una obra de arte total, en la línea de los gabinetes de curiosidades o los ‘studiolos’ del Renacimiento europeo.

Invasión selectiva

Para respetar “la coherencia de las colecciones y su disposición” en el Museo, la comisaria y la artista definieron su intervención en áreas concretas del espacio, en el salón de baile (sala 12), la zona privada de los antiguos dormitorios (actualmente sala de la pintura flamenca de los siglos XV al XVII, sala 17), comedor de gala (sala 11), salón de honor (arte español de los siglos XV y XVI o sala 7), el antiguo recibidor (sala 9) y sala pórtico o zaguán (atrio acristalado que hoy acoge las armaduras).

Las piezas de Marina Núñez, generadas con software 3D y utilizando “por primera vez” inteligencia artificial en algunos detalles de ciertas obras, conversan, activan las naturalezas muertas, las pinturas religiosas (fundamentalmente madonnas datadas en el tránsito del Gótico al Renacimiento), la arquitectura de principios de siglo XX de Francisco Borrás, y los restos de enfrentamientos bélicos.

En el salón de baile, Núñez interviene en la marquetería artesanal del especial suelo con ‘Ornamento’, donde sus mujeres fallecidas o durmientes flotan sobre la geometría del pavimento. En el salón de honor pueden admirarse las dos piezas que conforman ‘Botánica’, donde formas esféricas que parecen perlas pero que en realidad son esporas brotan de gigantes rostros femeninos que carecen de cabellos.

En el comedor de gala propone su serie ‘Historia natural’, donde da forma a una suerte de “mujeres aire/agua”, mientras que en los antiguos dormitorios ha creado una serie de ninfas ingrávidas sobre pan de oro con el título ‘Gótico 1’. El antiguo recibidor ha sido ocupado por bajorrelieves en latón titulados ‘Envidia’, mientras que la visita concluye en el zaguán, donde pueden contemplarse sus vídeos llamados ‘Las herboristas’, cinco creaciones proyectadas sobre otras tantas pantallas que tapan los ventanales del espacio que cobija armaduras históricas, en las que aparecen mujeres cuyas pieles se funden con sus mantos, con encajes dorados y motivos decorativos vegetales.

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