Escultura, tradición, patrimonio, física y humor: visitamos la ecléctica colección de Villabellaco que nos explica quiénes somos y por qué vale la pena conservar lo que tenemos

Dice Herminio Revilla que, cuando era niño, había tantos olmos en el Valle de Santullán que apenas se veían las casas. Hoy la vista alcanza a vislumbrar con claridad unas laderas que alternan zonas boscosas con pastos y campos de cereal. El cambio lo produjo la grafiosis, la plaga que asoló esta zona, como muchas otras de Europa. Una más de las muchas crisis que ha sufrido nuestra Montaña Palentina y sus pueblos mineros durante su historia.

Pero Herminio es uno de esos hombres que ven oportunidades donde otros solo advierten desolación. Si la resiliencia se define en el Diccionario de la RAE como “la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”, este sustantivo puede aplicarse tanto a Revilla como a los olmos secos que han pasado por sus manos. Árboles que en vida angostaban su tronco buscando la luz, o se dejaban horadar por un pájaro carpintero, o incluso adaptaban su corteza a la forma de una roca que acababan abrazando. Árboles que murieron de grafiosis quedando secos y huecos por dentro, para ser rescatados de la condena de la lumbre por este escultor barruelano.

Resiliente fue también su actitud cuando, siendo un chaval, tuvo que dejar de estudiar “por tener la mala suerte de ser el mayor de una familia numerosa”. En la Escuela de Artes y Oficios de los Maristas de Barruelo se había iniciado en el mundo de la electricidad y la electrónica, lo que por un lado le sirvió para trabajar durante cuatro décadas en la fábrica de Fontaneda de Aguilar y, por otro, le encendió una chispa que aún conserva: el profundo interés por todo aquello que tiene que ver con la energía y las telecomunicaciones.

¿Qué vinculación podría tener el gusto por la escultura y el interés por la física y la tecnología? Para responder a esta pregunta solo podemos recomendar la visita al hogar donde nació, en la aldea de Villabellaco (Barruelo de Santullán), hoy convertida en el Museo y Casa Taller Herminio Revilla – Centro de Interpretación de Patrimonio Cultural. Aquí, exhibe y explica personalmente un conjunto de más de 600 piezas entre obras escultóricas, maquetas, autómatas y antigüedades.

Esta casa museo se presenta como una especie de libro en el que iremos descubriendo una historia con distintas tramas. Por un lado, la relación del ser humano con las herramientas y la tecnología que le ha permitido evolucionar. Desde elementales norias para aprovechar la fuerza del agua hasta la electrónica actual, pasando por la energía solar o eólica y, por supuesto, la electricidad. Y por otro lado, sus esculturas nos llevarán hacia una forma de expresión muy personal, unas veces tosca y otras refinada, siempre cargada de intencionalidad y a menudo con ciertos toques de humor. Un arte ecléctico y natural a manos de un autor que se confiesa “un drogadicto” de su museo, con el que logra transmitir un mensaje de respeto a la naturaleza y a nuestras raíces.

TRABAJO ESCULTÓRICO

Hace 67 años desde aquel día, a la edad de 11, en que Herminio Revilla vació un tronco a punta de navaja y labró su primera escultura de una sola pieza, que incluía una cadena cuyos eslabones estaban hechos vaciando la madera, sin una sola gota de cola. Con aquella pieza nacieron también los pilares de su estilo, a los que mantiene absoluta fidelidad: trabajar con materias primas naturales (madera, roca, metal, tierra), ser siempre original y dejar salir las esculturas que el propio tronco alberga en su interior, como explica Herminio parafraseando a Miguel Ángel. “Aproveché siempre todo lo que cayó en mis manos y nunca hice una cosa repetida ni copiada”. Abunda el olmo porque la grafiosis le puso en bandeja el material, pero también hay madera de roble, o aquel peral que un amigo le donó al morir, sabiendo que con él crearía algo bello.

A veces, crea las representaciones que el propio material le sugiere, como la rama que se asemeja al rabo de un lince, que descubre después vaciando el resto del tronco. Pero en muchas obras hay una intención comunicativa que deja claras sus emociones, sueños y valores. Así, aparecen representadas las personas importantes de su vida: su abuelo en el final de su vida junto a un Herminio niño que da sus primeros pasos; su esposa Carmen, tallada hace 27 años, o sus padres ataviados de labradores, lo que le permite explicar al visitante.

TRADICIÓN

Desde su nacimiento en 1943, el mundo ha cambiado tanto, que Herminio se afana en comprenderlo y explicarlo a través de ingeniosas esculturas, maquetas, autómatas o incluso una valiosa colección de radios de galena, válvulas de vacío y primeros transistores.

Siendo un chaval, se acercó hasta la localidad burgalesa de Valdeajos de Lora, “con un metro y una cámara de fotos”, para reproducir después en una maqueta el funcionamiento de las máquinas de extracción de la planta petrolífera castellana. Fue la primera de las decenas de maquetas que no ha dejado de crear, siempre utilizando materiales naturales. Unas estáticas y otras móviles, nos muestran desde el patrimonio artístico y natural de esta zona de la Montaña Palentina, hasta fieles reproducciones de antiguas instalaciones fabriles en las que se aprecia el valor de la energía y la tecnología en el desarrollo del hombre. Como la de la Herrería de Compludo (León) o del Canal de Castilla en el norte palentino, maquetas por las que hace correr el agua para mostrar cómo se aprovechaba su fuerza para mover batanes o martillos pilones.

Vale la pena contemplarlas con los ojos de un niño para darse cuenta, como dice Herminio, de lo poco que sabemos en realidad: “porque en esta vida, por mucho que se sepa, siempre es mucho más lo que se desconoce”. Y es que hoy en día, solo los palentinos más mayores saben cómo funcionaban los batanes que hacían famosas las mantas de Palencia.

Su obra más preciada, en el centro de la sala principal, une la escultura con las maquetas en un gran olmo en el que representa, con movimiento, la evolución tecnológica del hombre, desde la aparición del fuego hasta el desarrollo de la robótica, y en el que nos invita a reflexionar sobre la destrucción de la naturaleza y el peso que le hemos dado a la tecnología, que terminará desplazando al ser humano.

PARA VISITAR EN FAMILIA

Este es, sin duda, un lugar ideal para descubrir en familia. En este tiempo, sus obras han viajado por distintos locales, primero en Aguilar de Campoo y después en Barruelo de Santullán y en su emplazamiento actual en Villabellaco. Al principio sin otra ayuda más que su tesón y el apoyo de su querida Carmen. Ahora, con cierto respaldo de la Diputación, la Junta de Castilla y León y el consistorio barruelano. Pero Herminio hace un llamamiento que suena cansado de tanto repetirlo: “somos dos personas mayores atendiendo esto día tras día. Y el año antes de la pandemia, pasaron por aquí más de 5.000 visitantes”.

Están esperando la promesa de las instituciones de ofrecer personal de apoyo para la gestión del centro y las visitas guiadas, y poder continuar divulgando así su mensaje de respeto a la tradición y a la naturaleza, tan necesario como nunca, pero con el descanso que merece un matrimonio de su edad. “Solo pido una cosa: que no separen la colección”, afirma Herminio, consciente de que el valor de su obra no está en las piezas, sino en el conjunto.

Él, mientras tanto, seguirá pasando sus días en su taller, “que es mi auténtica sala de estar”, tallando un sueño que, sin lugar a dudas, le hará pasar a la historia de las personas sencillas que hicieron esta provincia un poco más grande.

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